Encuentro de afiliados y simpatizantes de Podemos -segunda fuerza política en esta provincia- en un polideportivo universitario de mi ciudad. Lleno hasta la bandera. Asisto por curiosidad e interés. Para situar al hipotético lector diré que tengo sesenta y seis años y es la segunda vez que acudo a un mitin político por voluntad propia, la primera fue en 1977; entre medio, he asistido a algunos otros en el ejercicio de mi antiguo oficio de periodista, todos olvidables. Los medios han resumido este encuentro con un titular: Iglesias elogia a Arnaldo Otegi. El establecimiento mediático merodea alrededor de Podemos con los colmillos afilados; lo que no sé es si Iglesias se expone a las dentelladas de la prensa por gusto, por inconsciencia o porque espera obtener réditos políticos de las heridas. Él mismo vino a reconocer de pasada esta duda en su alocución pero no creo que el elogio a Otegi le dé ni un solo voto en este pueblo, donde los del ex etarra son competidores electorales, para no hablar del efecto de su declaración en el resto del territorio nacional.
Para esta crónica cimarrona, dejaremos de lado las ocurrencias y réplicas para fijarnos en algunos rasgos de la puesta en escena y ahí es forzoso reconocer novedades absolutas. En primer lugar, el tono colegial de la presentación en la que los cabezas de cartel, los Pablos Iglesias y Echenique, se presentaron a sí mismos como Serrat y Sabina y como C3-PO y R2-D2 con bromas sobre quién es quién en la pareja real. Me preguntaba qué parte de esta alusión de amiguetes formulada por medio de referencias típicas de la cultura pop de clase media entendían los no escasos viejos de mi edad, de inequívoca clase obrera, sentados en localidades cercanas y que escrutaban con gesto atento y serio a lo que se decía sin reír las gracias ni calentarse las palmas con aplausos. ¿Son importantes sus votos o piensan en Podemos que los tienen cautivos porque no van a votar a Rajoy o a Sánchez? Al término de la presentación, en la que Iglesias recibió en las mejillas el estusiasmo de algunas admiradoras (la presentadora por poco olvida besar a Echenique pero ya advirtió que estaba muy nerviosa), Sabina y Serrat hicieron una liturgia muy rara, aunque quizás no en la industria del espectáculo: con un móvil los dos protagonistas se grabaron cheek to cheek en vídeo, en modo selfie, una conversación entrambos que, al parecer, van a utilizar en un encuentro posterior del partido y para lo que pidieron el silencio del público antes de reclamar una ovación final que grabaron por el mismo procedimiento.
Después de este extraño y anticlimático introito, que da noticia de un característico oportunismo mediático en el que todo parece ser un plató de televisión o un laboratorio de efectos especiales, siguió el programa que tuvo un desarrollo horizontal por contraste con la verticalidad de los mítines tradicionales. Los ponentes renunciaron al estrado y al atril y ofrecieron sus muy breves y planos discursos desde una silla al nivel del público, amplificados por una pantalla de vídeo porque de otro modo hubieran resultado invisibles. Ambos demostraron buen humor, sencillez y cercanía, y si esas fueran todas las virtudes que se esperan de un líder, estarían en lo alto del podio. El discurso de Iglesias me pareció concesivo y, lamento decirlo con una palabra derogatoria de moda que a él no le molestará, populista. Ni una propuesta, ni una idea, sino halagos a la gente, y vagas referencias a la esperanza. Echenique, después del previsible saludo en vascuence zarrapastrosamente pronunciado, tampoco fue más concreto, aunque sí más árido, ya que le tocaba hablar de organización, la asignatura pendiente del partido (el encuentro, aunque era abierto, estaba dirigido a los círculos de militantes) y habló de la necesidad de encontrar un tono más femenizante en los debates internos, en el sentido, aclaró, de más colaborativo y de menor confrontación. Después de los discursos, tuvo lugar la intervención de dos militantes de base que, según se anunció, iban a leer sendas cartas, todo en la línea de fiesta colegial que había adquirido la reunión. Nada de eso, la primera intervención fue un canto a sí mismo, una especie de recitado lírico y medio rimado de poeta popular, ininteligible seguramente para los circuitos neuronales de C3-PO y de R2-D2. La segunda intervención fue la presentación de los círculos locales que acudieron con su cartela correspondiente, como en las convenciones estadounidenses y que se levantaban de la silla al ser nombrados para dejar constancia de su presencia.
Después se abrió un turno de preguntas que los militantes entregaban por escrito para que las formulara la presentadora al micrófono y las respondieran los líderes. Aquí también chocaba el continente y el contenido: era como una reunión orgánica en formato asambleario, lo que derivaba en que probablemente ni satisfacía a los militantes en sus dudas y cuitas, ni interesaba a los simpatizantes distraídos que constituían el grueso del público. Las preguntas versaban sobre todos los temas de la agenda (educación, sanidad, etcétera) pero, faltas de un guión y de un orden del día, eran genéricas, aleatorias y previsibles, lo que permitió a los interpelados líderes, avezados en mil asambleas universitarias, dar respuestas oportunas, breves y elusivas. En algún momento, mi azacaneada imaginación me llevó a percibir este juego de preguntas y respuestas como el que se trae un vidente con sus fieles. Todo discurría a la velocidad de un telediario.
Mientras asistía a esta ceremonia, no sin impaciencia, me preguntaba qué es el proyecto de Podemos. Si nos atenemos a lo visto en el polideportivo, una organización endeble, un discurso autorreferencial y una desarmante ausencia de mensaje, sustituida por un lenguaje entre sentimental y emotivo –erótico es una palabra quizás apropiada, si se excluye su connotación sexual-, dirigido a transformar en actor político a la gente, un sujeto histórico de nuevo cuño y de indeterminado perfil, según se podía atisbar con la mera observación del público asistente al encuentro. Es posible que sentados en las gradas del polideportivo pareciera gente, pero cada uno estaba ahí por un interés personal e intransferible que espera encontrar alguna respuesta concreta dentro de una política general, como se adivinaba por la naturaleza de las preguntas. Hasta la fraternidad, que parece el valor central de la propuesta podemista, necesita una cierta estructura para realizarse. Nada de esto se ofreció en el encuentro. Las bazas con que Podemos cuenta son, sin duda, dos. La primera, el profundo descontento, perfectamente real y fundamentado, de una buena parte de la sociedad, que no se siente representada por los partidos tradicionales a los que no votará, entre otras poderosas razones porque sus programas y acciones no cesan de insistir en las causas que han provocado el desafecto. La segunda baza radica en que los déficits del proyecto podemista son comunes a todos los partidos, si bien los tradicionales los ocultan mejor en un aparato fuerte y una red consolidada de adhesiones clientelares. Mas no por eso dejan de ser problemas políticos. En fin, visto lo visto, en las inminentes elecciones habremos de elegir entre la miseria y la nada. El único consuelo es que de la nada surgió el Big Bang, que además del origen del universo y de la vida es el título de una afamada y desternillante serie de televisión en la que unos universitarios muy inteligentes son adictos de los cómics y se entretienen con videojuegos e intentando ligar un poco.
Es usted un maestro, señor Bear. me quito el sombrero. una duda que me ha quedado: ¿les va usted a votar? No sé qué pensar después de leer su post. quizás tenga las mismas dudas que yo.
Creo que nuestra democracia necesita un impulso renovador y comparto la indignación y la impaciencia que alienta en Podemos, pero no estoy seguro de que sea el instrumento adecuado, y hoy soy más pesimista que hace unos meses. Pero los de nuestra generación estamos acostumbrados a votar con una pinza en la nariz y esta vez no será una excepción.