En la provincia el tiempo está quieto, pero aún es peor cuando se mueve porque en vez avanzar, da vueltas. El paralizante teatrillo que protagonizan las fuerzas políticas en el parlamento de Madrid, no se sabe si para formar gobierno o para lo contrario, tuvo un antecedente en esta provincia subpirenaica desde la que escribo. Ocurrió en el verano de 2007 y el ingenio periodístico local lo bautizó para los restos como el agostazo. Esta mañana lo he recordado porque el azar ha hecho que me encontrara con un abogado local, entonces candidato socialista a la presidencia del gobierno regional y protagonista durante semanas, como Sánchez ahora, de una insufrible sucesión de reuniones entre los grupos, falsas negociaciones, declaraciones de unos y de otros, cálculos aritméticos sobre las fuerzas del tablero, y especulaciones y ocurrencias a chorro libre, para terminar en el punto en que empezó todo, es decir, con el mismo gobierno que antes de las elecciones. La similitud entre lo ocurrido en este mi pueblo hace nueve años y lo que ocurre ahora a nivel estatal, como dicen mis paisanos, es asombrosa. Vean ustedes mismos si no. Sumariamente, la cosa fue así: las elecciones regionales dieron la victoria al partido de la derecha que venía gobernando casi sin interrupción desde veinte años atrás,  que, sin embargo, perdió en esta ocasión la mayoría absoluta de la que gozaba hasta entonces. Había, pues, una posibilidad de alternancia en el gobierno. Zapatero, a la sazón jefe del cotarro, autorizó al pretendiente socialista a la presidencia regional a explorar un acuerdo con otras fuerzas de la oposición, que -nadie es perfecto- eran nacionalistas o, como se dice aquí, abertzales (como le ocurre a Sánchez ahora con los llamados soberanistas) con los que, lagarto, lagarto, no se podía llegar a un acuerdo porque no eran constitucionalistas, así que el objetivo de los socialistas de mi pueblo era que los presuntos socios votaran a su candidato sin ningún compromiso de gobierno (lo que ahora llaman un acuerdo de investidura). A su turno, los nacionalistas hicieron concesiones sin cuento para llegar a un pacto de gobierno en el que aspiraban a estar presentes en razón de su fuerza proporcional, hasta el punto de que las concesiones, meramente verbales, pues no hubo ningún compromiso, hicieron crujir las cuadernas de sus propias bases (lo que les ocurriría ahora a los podemitas, si intentaran algo parecido para contentar a Sánchez) pero no fue suficiente, y así una reunión tras otra, una rueda de prensa tras otra, etcétera, durante semanas. El único habitante de la provincia que permaneció imperturbable durante el tiempo que duró esta tortura china fue el jefe del gobierno regional en funciones y jefe del partido de la derecha, cuya poltrona estaba en juego (como la de Rajoy ahora), y esta ataraxia presidencial se debía a que estaba bien informado por la propia cúpula socialista de la imposibilidad del acuerdo dícese que dirigido a desbancarle (como debe estar informado ahora Rajoy por las señales de humo que le envían los barones socialistas). El resultado de aquel agostazo es el ya dicho. El partido de la derecha conservó el gobierno y los que habían intentado desalojarlo mediante un acuerdo fallido terminaron más encabronados y enemistados que nunca, y así siguió la historia durante ocho años más en que se incubó, eclosionó y se expandió la crisis económica en la que ahora chapoteamos alegremente.  El año pasado, los mismos nacionalistas que nadie quería en 2007 ocuparon por fin el gobierno; la derecha perdió el sitial pero conservó intacto su silo de votos, y el partido socialista regional quedó en quinto lugar hecho un trapo, más o menos como vemos ahora que está el partido de Sánchez, Díaz y sus boyardos regionales. Para ser un partido de origen marxista, con perdón, que cree en la necesidad histórica de su misión, el pesoe  aprende pocas lecciones del pasado. Esta mañana, en la cafetería, no he podido sustraerme a la maldad de recordar al probo letrado el agostazo que él y su partido protagonizaron hace nueve años, y que cortó en seco su carrera política, y compararlo con el que protagoniza Sánchez ahora mismo, y tengo la impresión de que no le ha hecho ni pizca de gracia.