A estas alturas ya debe estar cerrado el acuerdo por el que pesoe se abstendrá en la investidura de Rajoy y solo queda encontrar el método más discreto para que no sean evidentes el canibalismo del vencedor y la rendida sumisión del vencido. La opinión pública no soporta los espectáculos gore, que mancillan el sacrosanto consenso de la transición, así que la función de ambos socios en el pacto consiste en escenificar una nueva versión de la rendición de Breda en la que las picas siguen en alto, pero como mero decorado de fondo. Los visitantes del museo del Prado advierten en primer término el bosque de lanzas enhiestas pero, para comprender la historia, es necesario fijarse en la pose de los dos protagonistas del cuadro, apeados de sus monturas e inclinados uno ante el otro, en la que no se sabe quién está invitando a quién a tomar el té. Lo que se representa ahora es lo contrario de lo que significa el cuadro de Velázquez en el que es la ciudad sitiada la que se rinde a quienes la asediaban y aquí son los que se creyeron sitiadores los que se rinden a los sitiados. Pero, a quién demonios le importan esos matices de la historia. Javier Fernández, el presidente de la gestora socialista, en el papel cambiado de Justino de Nassau, tiene ahora la misión de convencer a su gente de que la rendición es una victoria histórica. La imagen pública de Fernández es la un componedor de maneras suaves y talante prudente (otra cosa son las bambalinas del personaje), así que en voz baja y de uno en uno tendrá que convencer a los diputados renuentes a la abstención que es eso o un mal futuro para sus intereses personales. La combinación de organización leninista y familia mafiosa que da carácter a los dos grandes partidos españoles  se va a poner a prueba en estos pocos días que quedan antes de que sea inevitable la convocatoria de nuevas elecciones, y no hay duda del resultado. El vencedor, Rajoy, ha tenido que apagar los ardores de sus pretorianos que querían patear al vencido, y lo ha hecho, no porque no le gustara la idea, sino porque es innecesario. A la abstención en la investidura seguirá la aprobación de los presupuestos y, por último, la aceptación de las condiciones para una nueva tanda de recortes del gasto impuesta por Bruselas, y en todos esos trámites tendrá de su lado al pesoe, no sin alguna escenificación de protestas en los medios y cierta farfolla en el parlamento. En esta provincia desde la que escribo, ya experimentamos una crisis de la federación socialista local idéntica, tal cual, a la que ahora atraviesa el partido en el ámbito nacional. En aquel episodio, los socialistas favorecieron primero la gobernación de la derecha y después la aprobación de los presupuestos al precio de unas partidas de gasto dirigidas a fundaciones sin ánimo de lucro de su órbita, es decir, para retribuir a sus redes clientelares. Rajoy, el vencedor de la dura batalla, tanto como lo fue el sitio de Breda, ha aprendido dos lecciones. La primera, que no tendrá mayoría absoluta durante un largo periodo y necesita la aquiescencia del pesoe, lo que significa aparcar objetivos ideológicos que tanto animan a los núcleos duros de los votantes, y, segunda, relacionada con la anterior, que el acuerdo debe concentrarse en el modelo económico, donde quien manda no es el estado sino Bruselas y, por tanto, el gobierno nacional es irresponsable. El pesoe comparte con el pepé el pánico a tener que enfrentarse al dictum de Bruselas para satisfacer las alborotadas demandas de los populistas, al fin y al cabo representantes de los perdedores de la situación y, como dice Díaz, el pesoe es un partido ganador. Lo que está en duda en este momento de ofuscación es qué se gana y quiénes son los ganadores. En el cuadro de Velázquez todos parecen haber ganado.