La presentación de un libro encuadernado en papel ante un selecto grupo de personas es un ritual que tiene ya el carácter extravagante y casi legendario que atribuimos a los duelos de honor al amanecer o a la momificación de cadáveres en la cripta de un templo egipcio. Y quién sabe si no terminará siendo, como estos, un acto ilegal en este régimen Fahrenheit 451 dictado por WhatsApp. Pero ahí estábamos ayer unas docenas de fieles de cabello ceniciento en esa especie de tenida masónica en la que se presentaba Muertos y heridos y otros textos, una antología de escritos del médico militar y fundador de la Cruz Roja española, Nicasio Landa, de la que son editores Guillermo Sánchez y Jon Arrizabalaga.
Nicasio Landa, paisano de los que asistíamos ayer al ritual de su rescate, es un personaje poco conocido y nada reconocido fuera del pequeño círculo de historiadores que se han sentido atraídos por su figura y en esta atracción hay algo más que curiosidad intelectual, también afección sentimental, porque, como puso de relieve el presentador del libro, Ángel García-Sanz, Landa (1830-1891) representa una tradición proveniente del siglo XVIII y que atravesó la centuria siguiente: ilustrada, progresista, humanitaria y en la que se encuentran sin conflicto una visión internacionalista de la sociedad y un genuino afecto por la identidad de la patria chica. Una tradición arrasada en los años treinta del siglo XX por el nacionalismo, el fascismo y la guerra civil, y aún hoy sepultada en el olvido. Landa, militar del ejército español, liberal de ideología y de talante, promotor del vascuence, prologuista de la primera edición española de Historias extraordinarias de Edgar Allan Poe, circunstancia que lo emparenta con Baudelaire, embajador oficioso del gobierno constitucional en los primeros congresos internacionales que intentaban mitigar los horrores de la guerra moderna, inventor de pertrechos para la sanidad militar, autor de ensayos sobre la guerra, el derecho y la asistencia sanitaria y social, promotor de obras y servicios sociales, resulta un personaje fascinante y hoy irrepetible.
La Cruz Roja española, a la que está asociada el nombre y la actividad de Landa, registró su primera organización en esta provincia natal del fundador, donde ayer se rindió homenaje a su memoria, e intervino por primera vez como tal organización en la batalla de Oroquieta (Navarra, 1872) de la tercera guerra carlista. Landa estaba en el ejército liberal y los carlistas fueron derrotados en aquel lance pero los caprichosos meandros de la historia hicieron que la vida de los que asistieron ayer a la presentación del libro haya transcurrido bajo la férula carlista, con uno u otro matiz. De modo que la presentación tenía un sesgo vindicativo que ojalá encuentre la complicidad de los lectores.