Es el título de un librito de ensayos de Umberto Eco y otros académicos italianos publicado en castellano en los años setenta, en el que los autores indagaban en nuestra época para encontrar en ella rasgos que nos acercaban a un paisaje medieval: el declive de la organización del estado en beneficio de poderes sectoriales, territoriales y corporativos, la quiebra del hombre público y de la noción de ciudadanía, el retorno a un concepto privativo y particularista de la sociedad, el carácter sincrético del arte y de la cultura, y, por último, la experiencia de la inseguridad y la desconfianza de los individuos y los grupos hacia el futuro. El primer ensayo del libro, firmado por el mismo Eco, describía, con la proverbial elegancia narrativa que reconocemos en el autor, una concatenación de acontecimientos aciagos que transformaban una sociedad urbana desarrollada e hipertecnificada en un desolado paisaje del periodo posterior al momento en que los bárbaros se adueñaron de Europa. He recordado el ensayo de Eco, que ahora no tengo a mano pero que me impresionó vivamente cuando lo leí hace cuatro décadas, porque su profecía disruptiva se iniciaba por un apagón debido a una caída del suministro eléctrico; un accidente tecnológico idéntico -internet mediante- al que golpeó hace unos días el funcionamiento de la compañía British Airways y que sumió en el caos el destino inmediato de cientos de miles de pasajeros en un centenar de países. No es el único síntoma de la deriva medieval que se registra estos días. La desigual batalla de los taxistas con las nuevas corporaciones transnacionales proveedoras de servicios de transporte revela, entre otros aspectos de la cuestión : la crisis del sistema productivo, la devaluación del trabajo, la aparición incontrolada de fuerzas que extraen su poder de la ausencia de regulación del mercado, pero, sobre todo, la deslegitimación de los poderes públicos, incapaces de mediar y en consecuencia de servir a la justicia, en situaciones cuyos términos rebasan los límites de sus competencias y de sus conocimientos. La posmodernidad, el movimiento filosófico al que se adscribe Umberto Eco, dominante en el último tercio del siglo pasado, puede definirse a grandes rasgos como una enmienda a la totalidad del pensamiento dialéctico y progresista, una detección precoz de que la máquina de la Ilustración había agotado su impulso. La posmodernidad sacó a la Edad Media del pozo negro en el que había sido arrojada desde el Renacimiento. Al principio creímos que era solo un movimiento estético, un juego de abalorios adobado con mucha ironía y muchos guiños semánticos, un acertijo en el que se trataba de saber cual era el nombre de la rosa, hasta que hemos descubierto que va en serio y que los nuevos siervos de la gleba somos nosotros.
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