La pinacoteca de una de las más connotadas plutócratas del país, doña Alicia Koplowitz, que ha podido verse recientemente en Bilbao, acoge un paisaje de la calle de Alcalá de Madrid debido a Antonio Joli, un escenógrafo y autor de esas típicas vistas o vedute urbanas que estuvieron de moda en el dieciocho para regocijo de la naciente burguesía y de las que también pueden verse otras muestras –de Canaletto, por ejemplo- en la misma colección. La presencia del óleo de Joli en la colección de doña Koplowitz quizás tenga un significado más amplio que el meramente estético pues fue en la calle de Alcalá donde se creó España tal como ha llegado hasta nosotros, al decir de Sergio del Molino en su celebrado, con razón, ensayo La España vacía. Fue en esta céntrica calle capitalina donde el estado erigió el banco central, la central de correos, el ministerio del ejército, también llamdo de la guerra, y a donde más tarde acudieron las sedes de los primeros grandes bancos nacionales, a un tiro de piedra de las cortes y del palacio real. En la calle de Alcalá se guardaba el tesoro nacional; en sus despachos y covachuelas se agolpaba la plétora de cortesanos, militares y burócratas que gobernaban el país; de esta calle partían los decretos y ucases de obligado cumplimiento en los territorios de la monarquía, y por ella pasaba la correspondencia postal de todos los súbditos de la corona. A este espacio germinal retornan ahora los bancos y grandes empresas domiciliadas en origen en Cataluña, en un prusés inverso de recentralización ecónomica y financiera que debe culminar en el plano político con la aplicación del repentinamente famoso ciento cincuenta y cinco en Cataluña primero y, por lo que advierten los subalternos del partido del gobierno, en el resto de las comunidades autónomas después. España vuelve, pues, a la calle de Alcalá, y quizás también al siglo dieciocho, ya que resulta evidente que estamos en el diecinueve, el siglo en el que fue imposible crear un país y un paisanaje adaptado a las exigencias de modernidad de la época.

El libro de Del Molino es un apasionante manojo de brillantes ensayos más literarios que históricos o políticos, dirigidos a reflexionar sobre un hecho incontrovertible: la existencia alrededor de la calle de Alcalá, y de la gran ciudad que la envuelve, de un vasto territorio cuasidesértico que ocupa el centro del país con una extensión superior a los Países Bajos y una densidad demográfica inferior a la de Laponia. A vista de dron, la geografía de la patria se articula en círculos concéntricos, con un pequeño e intenso núcleo voraz, una suerte de agujero negro que absorbe de manera inclemente las energías del gran círculo vacío que le rodea y que a su vez está rodeado por un entorno periférico, bullicioso, fértil, y de naturaleza desafecta cuando no levantisca, afincado donde la tierra firme termina y aparece el mar. Los habitantes de este círculo exterior parecen no querer otra cosa que huir del desierto a su espalda y librarse de la fuerza gravitatoria que ejerce el núcleo. Una empresa que, de culminarse, alteraría el completo equilibrio de ese sistema planetario que llamamos europa.