Siete de noviembre, centenario de la revolución rusa de octubre, según el calendario gregoriano que rige en occidente. Día de la fundación de la patria del proletariado internacionalista. Nueve de noviembre, pasado mañana, vigésimo octavo aniversario de la caída del muro de Berlín. Fecha emblemática del desplome del imperio soviético y de la eclosión de decenas de nuevas naciones estado en lo que antes fue la patria del proletariado internacionalista. Dos días apretados en el calendario y separados en la historia por casi un siglo, que  ha moldeado nuestra conciencia y de cuyo recuerdo aún vivimos. Un parpadeo que contiene la victoria y la derrota del sueño socialista. Una buena ocasión para meditar sobre internacionalismo y nacionalismos. Porque fueron las tensiones nacionalistas de las repúblicas que formaban la unión soviética las que acabaron con aquel gigantesco estado. Luego, nos hemos inventado otras causas, sin duda reales y concurrentes, pero no determinantes en aquel momento histórico: el estancamiento de la economía, la sangría de la guerra de Afganistán, el carácter opresivo del régimen, incluso la plaga del alcoholismo que azotaba a la sociedad fueron concausas de la implosión del régimen pero esta no se hubiera producido de no ser por la imposibilidad del poder central para gestionar las demandas de mayor autonomía, primero, y de independencia después, de las repúblicas. Los soviets regionales pugnaron por arrebatar poderes al gobierno de Moscú, obligaron a modificar la constitución y finalmente, crearon sus propios estados independientes.

El avejentado y sesgado diario de referencia publica hoy uno de esos reportajes imaginarios que menudean en la prensa, y que titula: la izquierda revisa su vieja relación con el nacionalismo. Adviértase el adjetivo vieja del titular que quiere connotar que a la izquierda le espera una nueva aurora si rompe sus presuntos lazos con el nacionalismo, catalán, por supuesto, ya que no español. La relación de la izquierda con el nacionalismo siempre es táctica pero lo cierto es que la izquierda no ha podido alcanzar y mantener el poder en ninguna parte del mundo si no ha llegado antes a algún grado compromiso con el nacionalismo dominante. Un ejemplo al alcance de la memoria más perezosa: la protección que don González brindó a don Pujol cuando el fiscal empezó a investigar los enjuagues de este último en los albores de su próspera carrera financiera.

Nada hay a lo que sea más impermeable la conciencia del pueblo llano que el internacionalismo. Simplemente, es una categoría inimaginable para el común. En la unión soviética lo entendieron pronto y, forzados por la realidad, acuñaron el socialismo en un solo país, que luego resultó un socialismo sui géneris, adaptado a las estructuras profundas de la realidad rusa, y no tanto a la de las repúblicas periféricas, y mucho menos a la de los demás países del mundo donde existían partidos comunistas fuertes o en el poder. La categoría mítica que impulsó el internacionalismo del siglo pasado fue la conciencia de clase. Hoy, nadie se atrevería a utilizarla de nuevo para no despertar al difunto, así que se utiliza otra más aseada, también procedente del pensamiento de izquierda: el patriotismo constitucional. Es un sintagma contradictorio en sus términos, ya que toda constitución debe embridar los sentimientos patrióticos que son, por definición, privativos y excluyentes. Por ende, en países como la España actual, el patriotismo constitucional exigiría lealtad a la corrupción, al desempleo, a la precariedad laboral, al aumento de la pobreza y a la entrega de la soberanía fiscal del estado al dictum de los mercados. Realidades todas presentes y ante las que los constitucionalistas patrios no ha hecho ningún gesto de rebeldía y sedición, quizás porque para eso son constitucionalistas.

El internacionalismo fue en el siglo pasado el señuelo y la coartada de una restringida élite de comunistas afectos a las directrices de Moscú. Hoy es el señuelo y la coartada de las élites financieras que habitan en los papeles del paraíso y sestean en el foro de Davos. Cuando el diario de referencia saca a la palestra a los prebostes de la antigua y anticuada socialdemocracia –bastantes de ellos, empleados de los grandes patronos del capital internacional- recuerda involuntariamente el por qué del auge del nacionalismo. Este medra, sin duda, por la retirada de la izquierda y por su impotencia para conquistar el centro del tablero, pero no confundamos la izquierda con el estuche de abalorios del diario de referencia.