Empieza la mañana con la lectura de una noticia de ciencia, más concretamente de astrofísica, según la cual se han detectado diferencias de resultados en la llamada constante de Hubble, que mide la velocidad de expansión del universo, en el supuesto de que el universo se expanda y que lo haga a una velocidad constante, lo que son premisas universalmente aceptadas en el ámbito científico a partir de las teorías de Einstein. Los números de esta constante son fáciles de memorizar –entre 73,5 y 67,7- pero no tanto de fijar y mucho menos de entender. Medidores distintos, ya sean observatorios telescópicos o satélites interestelares, han dado resultados distintos. El principio de la noticia, donde se plantea la cuestión, es fácilmente inteligible. El final también, pues termina con la jubilosa afirmación de un astrofísico consultado por el autor del reportaje: No estoy en el negocio de hacer que todo encaje. Personalmente, pienso, ¡ah, esto es muy interesante! Entre el problema detectado y la voluntad de indagarlo se expande un paisaje del que la mayoría de la especie humana nada sabemos. Y sin embargo nos concierne. El progreso –una noción que ha desatado innumerables energías sociales y políticas a favor y en contra- solo se produce en el ámbito de la ciencia y de su derivada, la tecnología. A ellas les debemos la mejor vida que podemos tener respecto a la que tuvieron nuestros antepasados, y esa deuda es impagable. Lo demás -lenguas, religiones, patrias, la liga de fútbol, en fin, todo aquello que nos tiene ocupados- es humo de pajas.
La ciencia es el único camino que puede librar a la mosca de su encierro en la botella, para decirlo con una metáfora de Wittgenstein que él aplicaba a la filosofía. El interior de la botella es amplio y está pletórico de señuelos que se muestran a través de las paredes de cristal y que hacen creer a la mosca que vive en libertad. Pero la única vía que permitirá a la prisionera desarrollar las potencialidades que le ha dado la naturaleza es atravesar el angosto túnel que lleva al exterior y que habrá de descubrir mediante un proceso más o menos largo de prueba y error. Este método es el método científico. Duro y azaroso, pero el único posible. Este país ha pasado en veinticuatro horas de ser un exportador neto de científicos a poner a un astronauta en el gobierno. Como se dice en jerga, nos hemos venido arriba. Ojalá que este nombramiento y los de los ministros y ministras que le acompañan sirvan para liberar a la educación de los casposos dilemas que la tienen encerrada en el botellón de la derecha: que si religión sí o no, que si catalán o castellano, que si la historia es adoctrinamiento, que si centros discriminados por género a petición de los fanáticos, etcétera. ¿Será capaz la variopinta coalición de voluntades que ha aupado a don Sánchez de recrear un consenso alrededor de una cuestión que nos concierne a todos y de la que puede decirse sin posibilidad de error que es transversal e intergeneracional como ninguna otra? Ya veremos. Otra incógnita, una más.