Si el gobierno precario de don Sánchez iba a tener dificultades, y las tiene, para desarrollar su agenda, cualquiera que sea, ya están aquí varios cientos de inmigrantes ilegales que han venido en su ayuda tomando al asalto la verja de Ceuta. Los titulares en la tele y en prensa eran casi eufóricos a fuer de apocalípticos: asalto masivo y violento, guardias civiles heridos,  los asaltantes hacen uso de armas caseras con ¡cal viva y excrementos!, los centros de acogida están colapsados, la oenegés desbordadas, hay brotes infecciosos, los funcionarios al borde de un ataque de nervios, y doña Susana que reclama al gobierno de su correligionario que reparta la carga humanitaria entre todas las comunidades autónomas. Al mismo tiempo en que el país hace un esfuerzo por entrar en pánico con ayuda de sus medios de comunicación, los migrantes llegados al paraíso dan rienda suelta a su júbilo ante las cámaras de la tele, cuyo relato segregaba este mensaje: mirad lo contentos que están porque han conseguido entrar en nuestra casa forzando la puerta; ahora nos quitarán el trabajo, parasitarán los servicios sociales, vivirán en nuestros barrios, sus hijos querrán ir al colegio con los nuestros y además hablan raro, no como la mucama doméstica que a esa por lo menos se le entiende. Y ahí están, riéndose.

Bienvenidos a la Europa deprimida y deprimente.  En un plisplás, los inesperados héroes de Ceuta han acabado con el aroma de buen rollo progre que trajo la acogida del Aquarius  y todo el ceremonial humanitarista que inauguró la gobernanza de don Sánchez, cuando en realidad lo que queremos es ser europeos de verdad, es decir, xenófobos, acobardados y pesimistas, y vivir tranquilos en nuestra inopia bienestante. Entre la realidad de la migración y la sombra que proyecta sobre la conciencia de las sociedades del hemisferio norte hay una desproporción insalvable, inasequible al razonamiento, y tan fácil de manipular que se ha convertido en el motor principal de la transformación, a peor, de nuestra percepción de la realidad y, en consecuencia, de nuestros gobiernos. Para que la inmigración masiva  encontrara una solución haría falta la concurrencia de tres factores que, por ahora, resultan inimaginables cada uno de ellos y en su conjunto: uno, un crecimiento económico a la antigua usanza, es decir, con bajas tasas de desempleo y buenos salarios; dos, que el tinglado de la globalización dejara de ser una excavadora que no hace más que ensanchar el foso de la desigualdad entre individuos, entre clases y entre sociedades; y tres, que los países africanos dejen de ser estados fallidos y los europeos dejen de ser estados impotentes y entrambos sean capaces de asentar sus poblaciones y darles un porvenir decente. Un objetivo, este último, por cierto, que ni siquiera España ha sido capaz de ofrecer a sus ciudadanos. Pero, ¿creemos que estos objetivos pueden alcanzarse con los Trump, Putin, May, Salvini, Merkel et alii que gobiernan la feria?