Un centenar de periodistas de toda clase, edad, género, perfil profesional y querencia política han echado la instancia, como se dice en la jerga de las oposiciones, para ser presidente y consejeros del órgano de gobierno de rtve. El presidente del comité de expertos [sic], que habrá de baremar los currículos y demás papeleo exigido a los candidatos, es un veterano periodista televisivo afecto al pesoe y fogueado en los tejemanejes de la casa, que no se siente impresionado por el número de aspirantes: los tiempos están mal y conseguir un puesto de trabajo es difícil, afirma con cínica sencillez. La aclaración ha recordado a este escribidor una anécdota ocurrida en una reencarnación anterior en la que, tras ser despedido del periódico del que había sido director, inició la consabida ronda de entrevistas de trabajo armado de currículo. En uno de estos encuentros, el entrevistador echó un vistazo al papel y preguntó al solicitante: ¿busca un puesto de redactor o presidir el consejo de administración? Lo que necesiten ustedes, respondió el postulante. Por supuesto, no obtuvo ni lo uno ni lo otro pero la pregunta es pertinente porque en un país patas arriba tanto puedes llegar a presidente del gobierno con una mochila de títulos académicos falsos que ser despedido en un ere después de haber descubierto la ley de la gravedad, y todo según procedimientos escrupulosamente democráticos.
Una cola del paro formada por ciento y pico aspirantes en el que la oferta de empleo es la presidencia de un ente de las dimensiones, complejidad e importancia institucional de erreteuveé significa, a) que la selección es un fraude y b) que el ente es una ruina. Lo primero porque es imposible someter este aluvión de experiencias profesionales que traen consigo los aspirantes a un criterio uniforme de excelencia sin que los encargados del proceso de selección incurran en correcciones, amaños, distracciones y otros azares más o menos deliberados o dolosos. Y segundo, porque nadie en su sano juicio deja la presidencia de una institución semejante en manos de un quídam surgido de las innominadas sombras del desempleo, a menos que la institución esté para el derribo.
La tele pública arrastra una crisis de identidad porque es una rareza en un marco dominado por criterios de mercado donde las comunicaciones se han convertido en un campo de batalla de las oligarquías financieras y el tinglado televisivo avanza aceleradamente hacia la concentración empresarial y la feroz mezcla de información fugaz, entretenimiento histérico y manipulación de audiencias cautivas. La tele que intentó don Zapatero era un proyecto socialdemócrata, un oasis independiente del mercado, y un medio pluralista, culto y fiable, guiado por el interés público, lo que quiera que esas afirmaciones significasen en el ánimo del promotor. El experimento duró poco y antes de que madurase y por sí mismo desvelara sus contradicciones y carencias, fue tomado al asalto por la derecha del rajoyato, que lo convirtió en un erial y en un obsceno instrumento al servicio directo de los intereses del partido gobernante, según el principio de que lo que no se puede privatizar, se destruye. Esta derecha aún está en el parlamento con fuerza suficiente para hacer valer sus objetivos y ha conseguido embarrancar los primeros intentos de don Sánchez por revertir la situación no se sabe hacia dónde. Al fin, se ha hecho una convocatoria general para dirigir el armatoste, y salga el sol por Antequera.