Doña Gómez ha obtenido un empleo como directora de la sección para África de una cierta fundación perteneciente a un cierto instituto que recibe ciertas subvenciones públicas y privadas. Por lo que se puede colegir del enunciado es uno de esos cargos a medio camino entre la gestión y la representación, entre el altruismo y el negocio, de poca productividad y muchas relaciones públicas, en una corporación dedicada a la formación de directivos empresariales. En esquema, es un tejido de fundaciones, institutos, programas de post grado, titulaciones extracurriculares y actividades paraacadémicas, análogo a los que han estado detrás de las carreras de doña Cifuentes, don Casado y don Urdangarín. Nada sospechoso, por tanto. Los apologetas del nombramiento aseguran la competencia profesional de doña Gómez para el puesto, lo que no puede discutirse en un país donde un centenar de personas han decidido motu propio y de repente que son candidatos idóneos para ponerse al frente de un monstruo empresarial como erreteuveé, ya veremos con qué resultado. Pero en este caso hay un pero.
Doña Gómez es esposa de don Sánchez, a la sazón presidente del gobierno, lo que ha ocasionado el consabido alboroto desde la oposición acusando al nuevo presidente de agencia de colocación de los suyos. De paso, lo sucedido ha dado lugar al no menos consabido cubileteo retórico sobre si es ético o estético. La derecha no cuestiona la naturaleza del puesto de doña Gómez, ni los intereses a que sirve, ni el proceso de selección, se limita a percutir en el parche del vínculo familiar que une a la doña con el don. Es un discurso ratonero y necesariamente contenido en la anécdota porque ir más allá en el argumento significaría cuestionar el modelo de, llamémosle, empleo en la cumbre del que los peperos se han beneficiado hasta ayer mismo y esperan seguir beneficiándose en un futuro lo más próximo posible. Ahora le toca chupar al pesoe, es la sentencia de los senequistas encogidos de hombros, que son (somos) legión en el país desde la restauración de Cánovas, así que las protestas del pepé tienen poco recorrido.
En mil novecientos ochenta y dos el pesoe ganó por mayoría absoluta las elecciones generales y se encontró con una administración en la que había más cargos públicos disponibles que militantes tenía el partido. En esta remota provincia subpirenaica hubo un neófito socialista que intentaba convencer a sus amigos de la necesidad de afiliarse con el reclamo: hay puestos, hay puestos. Desde aquella remota fecha, el estado no ha cesado de crecer en instituciones y en servicios… y en cargos públicos y asimilados. La revolución neoliberal pregonada por la derecha en los noventa no solo no adelgazó el estado sino que creó alrededor una constelación de empresas privatizadas, como los anillos de Saturno, para solaz de las élites de los partidos gobernantes y a cuya sombra crecieron como hongos institutos, fundaciones y demás organismos, que son, como enseñan en los embiei, nichos de empleo, en uno de los cuales ha encontrado su lugar doña Gómez, a la que deseamos toda la suerte en su ejecutoria. Después de todo, da lo mismo.