El destino del periodista saudí  Jamal Khashoggi es de dominio público y la película de sus últimas horas vivo también. Crítico con el régimen de su país, tiene una cita en el consultado de Estambul para obtener la documentación civil que le permitirá casarse con su prometida turca. El día de la cita un grupo de sicarios, que incluye en el equipo a un médico forense y una motosierra, llega a la capital turca procedente de Riad. El periodista sospecha que no saldrá vivo del consulado y antes de entrar pide a su novia que dé la alarma si tarda demasiado y, en efecto, Khashoggi desaparece tras los muros de la legación diplomática. En el interior, los sicarios, oficiales del gobierno saudí, le torturan, matan, descuartizan y embalan sus restos en valija diplomática para llevarlos consigo de vuelta al reino del desierto y quizá presentar los ojos y las orejas como trofeo al jefe. Los saudíes permiten a la policía turca, que afirma tener pruebas audiovisuales de lo ocurrido, entrar en el consulado y husmear por los rincones mientras el cónsul se larga de vuelta a su país. Hasta aquí todo normal, como en una peli de Scorsese o de Tarantino. Y ahora, ¿qué? Tendrán que llamar al señor Lobo.

El solucionador es del máximo nivel, míster Trump, que de inmediato se ha puesto a la tarea no tanto de encubrir la carnicería, lo cual además de imposible le debe parecer innecesario, cuanto de explicarla para tontos (en su caso para la white trash que le vota) y preservar así el acuerdo entre las bandas que gobiernan el mundo, de las que él es el capo di tutti capi,  además de la estabilidad de sus propios negocios. Trump el mercader vende propiedades inmobiliarias a los príncipes saudíes que le proporcionan apetitosos ingresos, según confesó en uno de sus desbraguetados tuits. La explicación que se abre paso con la misma naturalidad con que se produjo el crimen es que los asesinos iban por libre y el periodista se les murió durante el interrogatorio. Talmente como copiado de Gila, que sabía de qué hablaba porque sobrevivió de milagro a un pelotón de fusilamiento franquista.

Imaginamos que el gobierno español asiste a este episodio con una mezcla de ansiedad y satisfacción, por el deseo de no ver interrumpidos los negocios con la casa de Saúd y la convicción de que las armas que vende al encantador régimen saudí son inteligentes y no hay riesgo de que produzcan un desaguisado como el que nos ocupa.