Los homicidas que cada semana aumentan en una o dos víctimas la cosecha de mujeres asesinadas en nuestro país tienen millones de admiradores en el mundo. En Brasil, este populoso club de fans ha conseguido entronizar a su candidato en la presidencia de la república, el cual, para que no haya dudas sobre lo que le importa la democracia, ha puesto su misión bajo la única autoridad de dios y contra la igualdad de género, como el obispo Reig. El feminismo es sin duda la única revolución merecedora de ese nombre en este tiempo entre milenios, de modo que ha despertado y unificado toda la capacidad reactiva del planeta. Trump, Duterque, Bolsonaro, para mencionar solo a los más obvios, y ahora, todavía modestos pero resueltos, nuestros voxianos, que anuncian su rechazo a apoyar a las otras dos derechas en la nueva conquista de Granada si no eliminan de su acuerdo de gobierno el compromiso de financiar algunas medidas contra la violencia machista. Extinguidos los comunistas, eliminados los judíos, ausentes los negros, frenados los moros en sus pateras, ¿qué justifica a un partido fascista? O para decirlo en su jerga, ¿a quién apalear? Las mujeres y su insolencia parecen un objetivo pertinente y bien sabido: la pata quebrada y en casa. Si antes hubo que defender la superioridad de clase y de raza, ahora toca la superioridad de género.
En el reino de Boabdil, el trompetazo para iniciar el ataque lo ha dado el líder regional voxiano, un juez prevaricador apartado de la carrera precisamente por favorecer los intereses del padre en relación con la custodia del hijo sobre lo dictado por el juzgado de violencia de género. En su sentencia a favor de parte hubo un matiz que complacería a monseñor Reig: lo hizo para que el niño acudiera como cofrade a una procesión de semana santa. De nuevo dios en el enjuague. El jefe voxiano acusa a las otras dos derechas de sumisión lanar (ellos van a caballo y tienen otra perspectiva) a la dictadura de género. Si lo sabrá el ex juez que está en política para vengarse de los sumisos que le apartaron de la carrera. Los liberales que necesitan el voto voxiano para poner en marcha su invento se muestran alterados y creen que no llegarán a cumplir sus amenazas porque eso significaría, suponen, un descrédito para el recién nacido partido -al que necesitan pero al que no desean ningún éxito-, ya que llevaría a una repetición de las elecciones que arruinaría el cuento de la lechera en el que están las dos derechas constitucionalistas. Pero quizá se equivoquen al evaluar el peso del fanatismo en la toma de decisiones de un partido sin experiencia alguna en la política real. En el pepé tienen un ejemplo cercano. Don Ruiz Gallardón fungió de liberal durante la mayor parte de su vida pública hasta que con la cartera de ministro de justicia en la mano creyó que había llegado la hora de salir del armario y promovió una regresiva ley del aborto que le costó el puesto y liquidó su hasta entonces exitosa carrera política. Don Gallardón procedía de la misma cepa que los voxianos y en el momento de la verdad pudo en él más la fe que el cálculo.