¡Ping! Mensaje de guasá. Es la una de la madrugada y el receptor intenta atrapar el sueño pero, como un recluta ante el cornetín de diana, se incorpora, tantea la superficie de la mesilla de noche, enciende la luz de la tulipa, agarra el móvil, después las gafas.  El remitente es un amigo que tal vez necesite alguna ayuda. El receptor abre el mensaje de audio y lo que escucha es un cuento en el que alguien dice haber coincidido en una sucursal bancaria con un inmigrante que exige la devolución de unas comisiones que le han sido cobradas indebidamente; el empleado del banco replica al cliente que no es posible el hecho que denuncia porque no tiene la nómina domiciliada y lo que inmigrante cobra a través del banco es un subsidio que no se computa como salario. El inmigrante se marcha del banco alardeando de que nunca iba a tener una nómina porque gana más con las ayudas públicas que con un sueldo. Cuando el audio concluye, el receptor aún no ha recuperado la claridad mental suficiente para comprender qué significa lo que ha oído ni para qué lo ha enviado, reenviado más bien, su amigo.

Poco a poco, la comprensión del sentido del mensaje se acompasa con un creciente sentimiento de ira hacia el estúpido remitente que ha interrumpido su sueño con una historia idiota y notoriamente falsa. ¿Qué hacer?, ¿responder a su amigo o dejarlo estar?, ¿y qué responderle, que es un cretino o que esa nauseabunda historia es una puta invención? A la mañana siguiente, el receptor lee en un diario que el mensaje que le ha enviado su amigo es parte del arsenal de trolas que difunden los neofascistas a través de sus plataformas de propaganda en la red.

El propagandista insomne se acerca también a la edad tardía. Vive en compañía de su perro y ha tenido una buena vida, no tiene cargas familiares, cobra una pensión y conserva alguna propiedad inmobiliaria que quiere vender para hacer caja antes que dejársela a sus herederos. La propiedad tiene mala venta (cosas de la crisis) y él ha tenido algún encontronazo con hacienda por impuestos impagados. Hasta aquí lo que el receptor sabe de quien llama su amigo. Una existencia con sus luces y sombras, como suele decirse, por cuyos intersticios se ha colado el viento de la propaganda voxiana. El tipo es de cepa conservadora, centrista, diría el tópico, y hace cuarenta años votó un par de veces a los comunistas, pero en los últimos tiempos se ha amorrado al espacio radiofónico de Jiménez Losantos. Una deriva que comparte con miles, quizá millones de conciudadanos que han decidido que los males del país, y los de cada uno en particular, tienen su causa en los inmigrantes con la misma naturalidad con que los alemanes de los años treinta afirmaban que los culpables eran los judíos. Es difícil saber cómo funcionan las conexiones neuronales que establecen una relación causa-efecto entre el malestar existencial del tipo que pasea a su perro y el presunto inmigrante que viene a vivir como dios, pero con los materiales de esa perplejidad se levantó Auschwitz.  Aquí, de momento, solo se han propuesto expulsar a cincuenta y dos mil metecos, no se sabe cómo ni a dónde. El receptor del mensaje se promete que cuando se encuentre con su amigo le dirá algo. Pero decirle ¿qué? ¿Que en España no hay inmigrantes que cobren un subsidio de dos mil euros por el hecho de haber atravesado el Mediterráneo en una patera? La estupidez es irredimible y, cuando se solidifica en una fuerza política, es terrorífica.