Los lemas de campaña electoral de los partidos políticos son un desperdicio de creatividad. La elaboración está lejos de ser improvisada y es muy fatigosa porque consiste en acomodar unas pocas palabras a los variopintos universos lingüísticos de los que participan en la confección del eslogan: creativos, publicistas, supervisores, jefes, cuñados, etcétera. En una tormenta de ideas es cuando descubres hasta qué punto hablamos idiomas distintos en la misma lengua. Los lemas intentan atrapar la esencia del mensaje partidario pero literalmente no significan nada y son lo más parecido al eslogan de un perfume navideño. Los autores saben que todo el mundo celebra la navidad igual que irá a las urnas, porque toca, y elegirá el menú de acuerdo con criterios ya asentados o imprevisibles. Los encuestadores no se fían de quienes dicen que aún no han decidido cuál será su voto. Así que los lemas son necesarios y las presentaciones de la ocurrencia suelen revestir cierto boato, incluso dan ocasión a troleos y polémicas, lo que señala lo ocupada que está la clase política.
El del pesoe –Haz que pase– es grácil e íntimo como una jaculatoria: cierra los ojos, echa la papeleta en la urna como quien arroja un euro al pozo de los deseos… y haz que se cumplan. El eslogan encaja como un guante de fina seda con la peripecia de don Sánchez, el candidato más parecido a un príncipe de cuento de hadas que ha tenido la democracia española. El actual presidente del gobierno encarna una promesa mesiánica, el proscrito crucificado que resucita y llega a ocupar el trono de los cielos, y los viernes sociales multiplica los panes y los peces, si bien la exhumación de la momia se le resiste más que la resurrección de Lázaro.
Pero, sin duda el lema más exacto y ajustado a la experiencia real es el del pepé: Valor seguro. En efecto, nada hay más seguro en este país que el pepé y lo que representa; es una evidencia innegable, tanto si se es votante del partido como si no. Es seguro que patrocinó y amparó una corrupción endémica, es seguro que utilizó a la policía para encubrir sus desmanes y destruir a sus adversarios, es seguro que su actitud dio alas al secesionismo, es seguro que devaluó el país y de paso la democracia, es seguro que tiene al frente al líder más lenguaraz y disparatado que recuerdan los tiempos. No hay duda y eso siempre tranquiliza. En tiempos de incertidumbre es consolador saber que hay algo seguro.
Junto a la seguridad rocosa y estática que sugiere el lema del pepé, sus socios/competidores han optado por un lema dinámico –¡Vamos, ciudadanos!–, que tiene ecos, ya lo habrán advertido, de La Marsellesa, lo que introduce un matiz de comicidad en la imagen porque podemos ver a don Rivera al frente del pueblo llevándole ora a la izquierda, ora a la derecha, de modo tal que de haber ocurrido lo mismo el catorce de julio de cuando entonces no habrían encontrado La Bastilla y tampoco van a encontrar a don Sánchez para llevarle a la guillotina. El vaivén que predica este ¡vamos! es tal que tiene desconcertado a su socio don Valls, el único candidato que por oficio y origen debe conocer bien la letra original del himno que inspira el lema.
Los podemitas no tienen eslogan, aún. Son gente de robusta cultura académica y han presentado antes un programa muy musculado, diríase que con anabolizantes, que tiene el mismo efecto que un lema, ninguno. Y los voxianos, que al parecer han descubierto que están mejor callados si no quieren espantar a la parroquia, han optado por un lacónico Por España. Como remoto lector de tebeos, ay, agradezco que no hayan osado comparecer con el grito Santiago y cierra España. Puedo aceptar que don Abascal se sienta émulo de Queipo de Llano o de Millán Astray pero no soportaría que se inspirase en El capitán Trueno y El guerrero del Antifaz.