Diario de un náufrago electoral II

Si algún día se proclamara la república, no será el catorce de abril. No es posible prever ni cuando, ni cómo, ni por qué ocurrirá, si llega a ocurrir. No hacemos la historia, la historia nos hace a nosotros. Lo que algunos grupos minoritarios celebran hoy es la nostalgia por un acontecimiento que la sociedad quiso olvidar, de grado o por la fuerza, hace ya varias generaciones. El catorce de abril se conmemora un culto del pasado, que aún irradia energía. Cuando el gobierno de don Sánchez barajó una fecha para las elecciones generales que satisficiera el imperativo legal y la conveniencia política, la primera opción fue este domingo,  pero se desechó de inmediato porque es un día poblado de fantasmas y de alguna manera habría significado una enmienda a la totalidad de las elecciones y del edificio institucional que sostienen. Nuestro régimen, cuyo carácter democrático no se discute, está amarrado por una cautela histórica dirigida a prevenir el renacimiento de la república para evitar su trágico fin. El mensaje incrustado en el código genético de los españoles –al menos, de los mayores de cincuenta- es que la historia condena los impulsos espontáneos hacia la libertad. Vivir en paz, dice este mensaje, exige reconocer la realidad, que aquí es el nombre que recibe  la hidra reaccionaria. Hace ochenta años, la historia nos arrebató a la fuerza la inocencia y todo indica que aún falta tiempo para que volvamos a recuperarla.

Si algún día se proclamara la república,  será porque antes la sociedad se ha hecho merecedora de ella y por ahora no hay atisbos de que vaya a ocurrir en un plazo previsible. No basta con hacer chistes de reyes decrépitos y hedonistas que cazan elefantes y mantienen queridas para que se dé el prodigio. Vivimos tiempos de secesiones domésticas, incertidumbres internacionales y desconcierto civil, que tanto pueden dar una oportunidad a la libertad como a la tiranía. Estas son las condiciones objetivas; en cuanto a las subjetivas, la misma sociedad medrosa, calculadora y taimada ha producido una clase política en clave menor, que tiene esos mismos rasgos. El barullo de la campaña electoral, en la que todos los participantes están a la defensiva de sus propias limitaciones, da noticia de ello. No habrá, pues, república este domingo ni dentro de dos semanas cuando abran las urnas. Entretanto, seguiremos queriéndola en la distancia.