Diario de un náufrago electoral VIII
¿Qué clase de condiciones objetivas, como se decía antes, cuando Marx y todo eso, propician que un país en guerra civil elija para la presidencia a un cómico profesional? Ucrania acaba de hacerlo. En las últimas décadas las sociedades occidentales han sido pródigas en extravagancias de ese estilo: Coluche en Francia, Cicciolina o Beppe Grillo en Italia y entre nosotros ahora mismo Toni Cantó, dan noticia de una tentación inextinguible: poner un payaso o una striper al frente del gobierno. Pero, en todo caso, se infería que estas eran iniciativas de sociedades ahítas, encantadas de haberse conocido, donde hay más necesidad de espectáculo que de justicia social y donde el hecho de que haya o no gobierno es irrelevante porque el sistema, regido por los mercados, funciona mal en todo caso. Los españoles dimos un ejemplo egregio de esta situación solo en apariencia caótica cuando, después de atravesar la crisis económica más pavorosa en décadas, hundida hasta las trancas la clase gobernante en la corrupción y el edificio institucional cayéndose a pedazos, estuvimos diez meses sin gobierno con un tipo al frente al que le cuadra como un guante el papel del impasible clown de cara blanca.
Los ucranianos han debido pensar, si los españoles sobrevivieron, ¿qué nos podría salir mal a nosotros, que somos eslavos y nadie nos va a enseñar lo que es una pifia histórica? Ucrania fue, hasta hace pocos meses, casus belli entre los tiranosaurios de occidente y oriente, que hizo temblar, o eso nos hicieron creer, el inestable equilibrio que nos separa del holocausto nuclear. Donbass, una región tiznada por el polvo del carbón, de la que nadie había oído hablar antes se convirtió durante semanas en sinónimo de catástrofe. Y como vino se fue, y un día dejamos de oí hablar de Donbass y de Ucrania, aunque estaba asumido que el conflicto seguía ahí latente, amenazador para el futuro de Europa y, ya puestos, del mundo. Un país partido en dos, más de trece mil víctimas mortales en el conflicto, ciudades en ruinas, tanques y soldados armados en todas las esquinas, un corredor humanitario ¡y ahora eligen a un cómico para la presidencia del país! Los cronistas apostillan, sin experiencia de gobierno. Encima.
Elegir un payaso para la más alta magistratura es la acción más arriesgada imaginable sobre el poder del humor, en la línea sutil que separa la risa franca de la mala sombra, el desahogo de la catástrofe. Los límites del humor es un tópico conceptual que menudea en las intervenciones del club de la comedia como equivalente de los límites de la libertad de expresión; pues bien, la respuesta a esta cuestión está en Ucrania. Los ucranianos no podrán quejarse de falta de libertad de expresión… y de sentido del humor. Que haya suerte.