El amigo Quirón aparece en el café de media mañana con un insólito look capilar: las regiones parietales y la nuca peladas al dos y cuatro largos pelillos crepitando en lo alto de la yerma meseta craneal. Quirón conservaba una sutil coquetería en el avío de la cabeza mediante un corte escalonado que optimizaba, por decirlo en la jerga del día, la mengua de cabello y creaba volúmenes de modesta pero indudable elegancia, que han desaparecido con un corte de estilo adolescente que exige que haya debajo un cuerpo macizado en el gimnasio, lo que no es el caso. El nuevo corte de pelo no es un capricho del usuario (Quirón no tiene caprichos, solo obsesiones) sino una metáfora de la influencia de las nuevas fuerzas de la política en la vida cotidiana. El corte habitual lo realizaba desde años atrás un peluquero del vecindario al que un día le dio por acompañar su tarea tundidora con una perorata de exaltación de Trump. Si a alguien detesta Quirón es a los menestrales y obreros que creen y votan a sus explotadores, así que aguantó la prédica sin decir palabra, pagó el servicio y se despidió del predicador con el firme propósito de no volver jamás. A cierta edad, cambiar de peluquero es un trance, y Quirón aterrizó en un establecimiento de nueva planta llevado por jóvenes de trato meloso e ideas avanzadas que, cuando el cliente les explicó lo que quería, comprendieron de inmediato que aquel vejete deseaba ir a la moda de los que salen en gran hermano o en supervivientes. Aun tuvo que rechazar el chorro de fijador con el que su nuevo peluquero pretendía mantener enhiestos los cuatro pelillos que le coronan.

De esta guisa ha acudido al café con la euforia, en efecto, de un superviviente. La debacle electoral del pepé, el frenazo impuesto a los voxianos, la dosificación de los euforizantes a los naranjos y, en general, la derrota de una derecha desquiciada y brutal han tenido un efecto balsámico en su ánimo. Por un extraño azar, el cambio de peluquero ha sido una forma de fortuna y ha disipado momentáneamente la disfunción que significa que un tipo que trabaja diez horas al día con un peine y unas tijeras en la mano elogie a un personaje especulador, mentiroso y egolátrico que, si fuera necesario, aplastaría al peluquero sin pensarlo. Véase El gran dictador, de Chaplin, que va de eso. Hay pocas dudas de que el miedo a la barbarie ha sido el gran motor de la alta participación en las elecciones. La mayoría ha votado a favor de dos términos diríase que anacrónicos: estabilidad y progreso. Estabilidad, porque la derecha ha hecho la campaña inspirada o azuzada, táchese lo que no proceda, por una fuerza fascista que amenaza con destruir el sistema democrático. Y el progreso porque, de una vez, la sociedad quiere recuperar lo perdido en esta interminable crisis y abrir un horizonte para sí y para sus hijos. El mensaje ha sido nítido y los recursos políticos puestos al alcance de los ganadores, suficientes. Esperemos que lo entiendan  y no caigan en el espejismo del peluquero en la inopia que perdió al cliente.