Llegan al cargo como si nunca hubieran comido caliente, y es tan desaforado su apetito que saltan sobre cualquier objeción dictada por un elemental decoro. Cuentan los votos, constatan que han sido elegidos, se reúnen en corporación y se suben el sueldo de inmediato, como si el bienestar de quienes les han votado dependiera del tamaño de sus emolumentos. Los concejales del ayuntamiento de Sevilla han acordado subirse los ingresos un cuarenta por ciento en la primera sesión del consistorio. Esta insolente medida se ha acordado en otros muchos municipios, también en esta remota capital. En la ciudad de los zardinos, Villaquilambre, un poblachón de la España menesterosa, el alcalde se ha subido el sueldo un veinticinco por ciento engallándose frente al vecindario con lo que podría ser el grito de guerra de las elites extractivas que fungen de clase política: Para el trabajo que hago, creo que salgo barato al pueblo.

Estos acuerdos predatorios se justifican por un argumento de emulación al alza entre ciudades. Si en tal localidad vecina los concejales  ganan tanto, aquí no vamos a ser menos. Es una llamada al patriotismo local, el más primario e inmediato que se registra después de la lealtad por uno mismo y su familia. La casuística de los acuerdos también sigue unas pautas similares en todos los consistorios. Quienes impulsan y llevan a cabo la medida son los ediles de los partidos veteranos, pepé y pesoe, upeeene, en este mi pueblo, acostumbrados a que el cálido y suave dinero público pase por entre sus dedos con destinos diversos, no todos transparentes. Los recién llegados, podemitas, voxianos bildus, carecen por ahora de una moral encallecida y se muestran reticentes. Unos rechazan la subida para así;otros afirman que entregarán el monto a alguna causa noble; otros, sin negar la pertinencia de la medida, aún temen a la mirada del pueblo y arguyen que no es el momento. Pero no importa; todos cobran. Se cumple así un principio básico de la sociología del comportamiento: si trabajas en y para una organización corrupta, eres corrupto tú mismo. La buena noticia es que la organización tiene recursos para que los individuos que la forman eludan su responsabilidad.

La política es el único ascensor social que funciona en este país, la única carrera profesional que, si se sigue con tenacidad y maña y se dispone de un poco de suerte, garantiza un interminable ascenso de estatus y una creciente retribución económica. Decenas de miles de individuos, generalmente procedentes de nuestras famosas y atribuladas clases medias, están dedicados a este empeño. Su oficio y sus intereses están a años luz lo de que antes se llamaba el servicio público. La prueba es que el servicio público propiamente dicho funciona igual de bien o de mal en épocas de crisis política o de ausencia de gobierno, una circunstancia que está vigente desde hace años en nuestro país y que empieza a resultar crónica.

En las democracias burguesas, las que operaron en occidente hasta la segunda guerra mundial, digamos, el servicio público era un tiempo limitado que algunos vástagos de la clase dirigente dedicaban a la política, en un marco de consenso general sobre los intereses del país y de su clase porque la política entonces era básicamente política exterior, dedicada y dirigida a explotar los recursos de las colonias y a gestionar las relaciones con otras potencias competidoras. El llamado servicio público era así compatible con los negocios privados, que no estaban afectados por la política, y cuando los votantes daban la espalda al diputado en las urnas este se retiraba tan tranquilo a sus negocios o a su finca de descanso en el campo.

Esto, en la democracia industrial que ahora nos ocupa, es inimaginable porque la política es el negocio de los políticos y un asunto doméstico, casi personal. Los partidos son gigantescas corporaciones que necesitan ocupar ámbitos de la administración tan vastos y variados como sea posible para consolidar su poder y para eso necesitan legiones de militantes motivados y bien retribuidos, que ocupen todo puesto disponible con cargo al erario público. La ocupación del territorio explica lo que sabemos de la estúpida guerra de los pactos a la que estamos asistiendo desde hace semanas, donde lo que cuenta es si vox tendrá concejales  en Madrid o si don Iglesias será vicepresidente del gobierno. En las entidades locales donde esta batalla ya ha terminado, los supervivientes se han tomado un descanso metiendo mano a la caja y subiéndose el sueldo. Todo guerrero tiene un cierto derecho al saqueo.