Todos somos famosos durante quince minutos, según el tópico atribuido a Andy Warhol, uno de los creadores de la cultura pop. Todo indica que doña Raquel Romero, diputada podemita en el parlamento riojano, será famosa durante más tiempo, unas semanas o meses, y que tiene reservado un panteón en la wikipedia. El hecho de la fama, al que alude el tópico, se ha convertido en esta sociedad digital en derecho a la fama, y a fin de ejercerlo todos llevamos en el bolsillo el aparatito que nos inmortaliza y distribuye nuestro recordatorio por las redes sociales. Doña Romero se ha hecho un selfie en su solitario escaño parlamentario como otros se lo hacen en las cataratas de Iguazú o en la cumbre del Everest, porque, como dijo el jefe de filas de doña Romero, el cielo no se conquista por consenso sino al asalto. Y ella, desde la poquedad de su escaño, quiere un buen pedazo de cielo para sí y para sus amigos. Otra cosa es que sea sepultada por un alud o devorada por una manada de leones que la selfista no ha visto ni previsto, pero eso ocurrirá luego, cuando su aventura quede como pasto de esos programas de vídeos tan hilarantes en los que celebramos el fracaso y la derrota de los otros.

El caso de la diputada riojana parece un experimento de laboratorio. Su conducta cimarrona ha sido reprobada por la dirección de su partido pero en verdad no ha hecho otra cosa que imitar a su líder, que intenta conseguir lo mismo en el gobierno nacional. El chirriante comportamiento de doña Romero es el de una fiel y aventajada prosélita. Ella hace lo que ha oído a sus mayores, y tanto mejor si satisface sus intereses personales. Y así llegamos al mecanismo central de ese artefacto político llamado podemos. Nació para ganar por rebasamiento, con vocación y maneras de tsunami. El imperativo nombre del partido (podemos), el rudimentario aparato doctrinal (gente vs. casta) y su organización magmática (mareas, confluencias, consejos ciudadanos) configuraban un diseño dirigido a extraer la fuerza revolucionaria –indignación, se le llamó- de la sociedad y canalizarla a través de un directorio fuertemente centralizado para conquistar el poder desde el que se transformaría la sociedad, nunca se supo cómo ni en qué sentido. El modelo operativo, para decirlo de algún modo, es un híbrido de centralismo leninista y de república de los consejos, términos que la historia ya ha demostrado que son incompatibles. España es una democracia descentralizada, no tan disfuncional como parece y con innumerables intereses establecidos y articulados en los diferentes niveles de la administración, lo que explicaría el relativo éxito podemita -o su capacidad de supervivencia, si se prefiere- en las elecciones generales, simultáneo al naufragio registrado en los comicios locales y regionales. Doña Romero, aferrada a su escaño riojano, es un pecio de este naufragio y la paradoja de una leal podemita convertida en un maldito engorro para su partido por seguir al pie de la letra sus consignas y blindarse en los derechos que le otorga. Hasta que la devoren los leones.