La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. (Karl Marx. 18 Brumario de Luis Bonaparte)
Quién iba a decirnos a los aficionados a la historia que nos sería dado asistir en vivo y en directo a un episodio -¿el último?- de la legendaria pugna que recorrió el siglo XX entre socialdemócratas y comunistas, entre la segunda internacional y la komintern, treinta años después del desplome del bloque soviético y del inicio del declive imparable de la socialdemocracia, cuando ya nadie tiene memoria viva de qué fue aquello. Es como si un aficionado a la historia antigua se encontrara en el patio de su casa a dos vecinos que pelean a garrotazos creyendo ser Aquiles y Héctor. Y ahí estaban, zurrándose de lo lindo don Sánchez y don Iglesias, en medio del parlamento convertido en el teatro de un festival de verano. Ambos ataviados con el raído atrezo del pasado e intacto el odio que alimentó la relación de las dos corrientes de la izquierda desde los albores del movimiento obrero. Don Sánchez armado de un progresismo desleído y don Iglesias, ceñudo y pertinaz, empuñando la vieja maza del voluntarismo leninista. Dos estilos exhibiéndose en el vacío, pugnando ambos por la hegemonía que antes era del poder y ahora, más modestamente, es solo del relato, lo que quiera que signifique esta palabra. El intercambio de golpes duró sin tregua hasta el último minuto y el campo quedó hecho unos zorros.
La buena noticia, si se tiene en cuenta el carácter cruento que esta guerra tuvo en el pasado, es que esta tarde se ha repetido como parodia, que diría el otro. El resto de los diputados han asistido al espectáculo desde sus escaños absortos en sus propios intereses y con el desdén que se espera en quien está ante un negocio en el que no tiene parte. En el turno de palabra, los que albergaban alguna esperanza de acuerdo han reprochado a los contendientes el espectáculo, y los que estaban encantados con que la desavenencia se solidificase, como así ha sido, se han limitado a manifestar su desprecio por lo visto y oído. La sesión ha discurrido en un tono asombrosamente plano, incluso diríase que festivo, por las ovaciones militarizadas de la parroquia, a pesar de la aparente gravedad de las circunstancias. Pero, ¿qué es grave hoy en política? Los participantes en el circo de esta tarde comparten un solo temor: la repetición de las elecciones. Pero, qué caramba, queda un largo verano para que unos y otros remodelen el relato según les vaya en las encuestas para presentarse ante los electores, que no tienen nada mejor que hacer que votarles. Algo se les ocurrirá.