El zar Nicolás II perdió el trono y más tarde la vida por la creencia popular de que él y su familia estaban abducidos por el embrujo de un chamán siberiano, Grigori Rasputín. Los brujos se acompasan bien con épocas estables de reinado conservador –piénsese en el importante papel que la mano incorrupta de santa teresa jugó en la interminable dictadura franquista- pero la autoridad de estos talismanes pierde pie en momentos revolucionarios en que las fuerzas dominantes en el escenario intentan instaurar una nueva racionalidad política. En esos momentos, el gobernante y el chamán son arrojados al chirrión de la historia. Hasta la próxima derrota del tiempo cambiante. Rasputín fue asesinado, con enorme dificultad, por el príncipe Félix Yusúpov y una cuadrilla de aristócratas que querían erradicar su influencia maléfica sobre la familia imperial pero, si se visita hoy el impresionante palacio Yusúpov de San Petersburgo, donde tuvo lugar el asesinato del monje siberiano y donde un museíllo de cera reproduce el  suceso, la guía les explicará que aquel crimen político fue inducido y organizado por agentes británicos para desacreditar a la familia del zar y en consecuencia debilitar a Rusia. Los conspiradores ingleses estuvieron presentes en el momento y lugar del crimen, según la reproducción que se muestra en el museíllo. Es la versión putinesca del suceso, oficial en Rusia en esta época de restauración más o menos imperial.

Entre nosotros, ahora mismo, hay un consenso mediático en que el presidente don Sánchez está bajo la influencia de un brujo de nombre ruso y apellido rotundo, que, al parecer, le dicta los pasos que ha de dar en cada circunstancia. Don Sánchez, como Nicolás, navega en tiempos inciertos en los que se guía por una una liturgia gestual  que, a fuer de medida, resulta ininteligible. Por la mañana, exhumación televisiva y solemne de la momia; por la tarde, ofrenda floral a las trece rosas. El presidente en funciones y todos los demás navegamos a ciegas  hacia las elecciones del diez-ene, cuya convocatoria también se atribuye a los cálculos del gurú de cabecera. Los brujos son como los pararrayos: atraen todas las descargas eléctricas del entorno hasta el punto de que terminan siendo responsabilizados de la tormenta. Que se lo pregunten a Rasputín. Pero, yendo al grano, ¿qué resultado se esperaba de esta convocatoria electoral forzada, indeseada por la sociedad y fruto de la incompetencia de la clase política y singularmente de don Sánchez?

Todos los indicios apuntan a que estamos en un momento de ruptura con lo que se ha llamado el régimen del 78, en gran medida por efecto de la crisis económica global y por la irrupción de una nueva generación que no comparte ni la experiencia ni la perspectiva de sus padres. Así que ni siquiera un retorno tendencial al bipartidismo y un improbable acuerdo entre los dos partidos mayores nos devolverán a la situación de partida, y eso a pesar de la torpeza de los partidos emergentes y de la irritación desbrujulada  de los catalanes.  En tiempos de zozobra no hacer mudanza, ya se sabe. Las encuestas indican que el electorado se afianza en sus posiciones de confort, donde encuentra seguridad, y que el mensaje de don Sánchez no es lo bastante convincente para reforzar su posición en el centro del tablero. Ya veremos qué otros recursos guarda el gurú en su arcón mágico.

P.S. El título de esta entrada es el de un exitoso libro escrito por Louis Pauwels y Jacques Bergier, que a principios de los años sesenta significó una actualización de los tópicos del arsenal esotérico y una fuente inagotable de ulteriores publicaciones del género. Pauwels, por cierto, terminó adscrito a la extrema derecha francesa, confirmando así la estrecha relación entre el autoritarismo reaccionario y el pensamiento mágico. Acuérdense de Rasputín.