En Madrid hay una especie de aristocracia de la gleba –una clase media hinchada- que debe su condición al hecho de estar en la capital, en el borbor de la riqueza, la sabiduría y el poder. Nadie, o casi, de entre los millones de habitantes de la ciudad es madrileño de nación o de linaje pero apenas se han instalado con algún provecho en la corte, tienden a mirar al resto de los peninsulares con condescendencia, para decir lo menos. El madrileño/no madrileño se cuida muy mucho de sacar a relucir sus orígenes, como no sea para denostarlos en privado o hacer chistes de ello en los monólogos humorísticos. El término paleto, políticamente muy incorrecto, es de uso común en el casticismo capitalino para señalar a los provincianos, ya sean venidos a la gran urbe o más aún si permanecen afincados en sus lugarejos de origen. Hay que ser un genio como Almodóvar para que acepten tus películas manchegas, y aún así antes serán reconocidas en los foros internacionales que en Madrid, donde el cogollo del cogollo tiene a gala detestar al multipremiado cineasta. El anticatalanismo que impregna la política española es estrictamente madrileño y se debe al hecho de que los catalanes no necesitan emigrar a Madrid para sentirse gente guay, una suerte que no está al alcance de castellanos, extremeños, manchegos, leoneses, etcétera, y, ay, tampoco de navarros, quién iba de decírnoslo, y sobre todo, quién iba a decírselo a los esforzados supporters de navarrasuma con nuestro convecino el aplaudido don Adanero a la cabeza.
En este sustrato de antropología cultural se inscribe la ocurrencia de doña Ayuso cuando se despachó llamando paletos buscadores de identidades falsas a todos estos indígenas peninsulares e insulares. Doña Ayuso es un epígono de doña Aguirre, pero devaluado, más obvio, más previsible, carente de la pizca de sorpresa que tenían las ocurrencias de su predecesora, de la que no sabías si hablaba en broma o era tonta, aunque lo que hacía era mangonear y pitorrearse de todos y de todo. En doña Ayuso no hay titubeo posible: su aportación a la politología ha sido demostrar que se puede ser tonta y presidenta de la comunidad de Madrid en una sola pieza y sin que los dos polos magnéticos de la misma personalidad se repelan. Al contrario, diríase que son necesariamente complementarios en un tiempo en el que un cierto grado de idiotismo parece consustancial al liderazgo político. Pero, cuidado con desenfocar la cuestión. No todo es atribuible al carácter tontiloco de doña Ayuso; hay razones objetivas para que diga lo que ha dicho.
En tiempos de cambio climático y de neoliberalismo rampante, la cohesión territorial se fractura como las placas de hielo se separan de la plataforma polar, y para los españoles no es lo mismo vivir en la plataforma que sobre un pedazo de hielo que se derrite a la deriva. Puede decirse que el oso polar adquiere verdadera conciencia de su identidad cuando es arrastrado por la corriente sobre una balsa no más extensa que un piso de protección oficial, sin comida ni expectativas de encontrar a una pareja con la que reproducirse. Pero a doña Ayuso y los suyos se les da una higa el cambio climático y navegar en medio de la nada les parece cosa de perdedores, que además tienen la osadía de inventarse identidades para cambiar las reglas de juego. Madrid ha dejado de ser la capital del reino para convertirse en una isla –fiscal y política- asediada por los territorios que se extienden fuera de sus límites. Llamar paletos a los habitantes de esos territorios es una forma de infundir valor y espíritu de resistencia a los que viven dentro de la fortaleza, aunque entre los paletos estén sus aliados políticos como ocurre en esta remota provincia subpirenaica.