Crónicas de la peste V
Su majestad nos ha hecho la gracia de aliviarnos el tedio del confinamiento con un gesto excepcional y asombroso pues no solo ha renunciado a la herencia (material) de su padre sino que ha privado a este de la pensión no contributiva que de nuestro dinero reparte el monarca entre los suyos. En resumen, lo ha expulsado de la famiglia real y, habida cuenta que los fondos de la mencionada herencia son de dudoso origen y bien podrían ser ilegales, ha convertido a su emérito padre en un hipotético forajido. Los comentarios que pueden leerse esta mañana al respecto son escasos. Por ejemplo, tiene más relevancia la enésima pelotera entre don Torra y el gobierno central sobre quién manda en los virus. Los españoles hemos vivido cuarenta años como si no tuviéramos jefe del estado, del que no conocíamos más que la campechanía de un tipo del que la leyenda dice que una vez nos salvó mágicamente de que los tanques nos pasaran por encima y hasta ahora. Rodeado de un robusto muro de silencio informativo sobre su vida real (de realidad, no de realeza) solo sabíamos de él en inauguraciones, desfiles, vacaciones en el mar, pláticas de nochebuena y demás hábitos patrióticos en los que aparecía, como manolo-el-del-bombo, bendiciendo nuestra buena suerte. Es lógico que el buen pueblo no haya hecho demasiado caso del despido del rey viejo porque bastantes viejos hay de los que ocuparnos todos.
Bajo el silencio que envuelve al país, se agita un volcán de preocupaciones privadas: quién va a pagar los días que tengo cerrada la tienda de chuches, cómo entretengo a los niños en un piso de sesenta metros cuadrados, con qué serie de netflix pasamos la tarde, cómo estará la abuela que vive sola al otro lado de la ciudad, qué va a pasar cuando todo esto pase, etcétera. En la real familia también andan en cábalas y, a su medida y conveniencia, toman decisiones. Nos cuesta entender que la monarquía es el negocio de los monarcas al que entregan la misma dedicación que los plebeyos a sus negocios plebeyos, y en ese sentido es una institución plenamente democrática: cada uno está a lo suyo en su casa y la peste en la de todos.
La relevancia del despido del rey emérito radica en que el rey ejerciente renuncia, o eso parece, a una reserva importante de seguridad financiera en un lugarejo más acogedor para el caso de que la historia del país en el que ahora reina venga mal dada para sus intereses. La acumulación de pasta opaca en paraísos fiscales para el bienestar futuro de sus vástagos es una costumbre borbónica ampliamente compartida por las elites de la nación, no importa si monárquicas o republicanas, como han atestiguado don Pujol y su entregada familia, así que la decisión del rey/rey es revolucionaria pues anuncia al país que se dispone a depender de su sueldo, que no está sujeto a más plusvalías ni bonus que los que decida cada año el parlamento, como un currela cualquiera. Chupaos esa, republicanos de boquilla. Artículo primero de la constitución: España es una monarquía democrática de trabajadores de toda clase.
En la democracia que nació con el régimen del 78 se ha instaurado una tradición según la cual el jefe del estado ha de escenificar la ruptura con el ancestro del que ha heredado el cargo. Dicho en freudiano, ha de matar al padre. El emérito arrebató la corona al suyo, Franco mediante, y ahora su hijo le repudia a él y le expulsa del paraíso de la realeza. ¡Lo que debe estar aprendiendo en estos días sin escuela la pequeña y dulce Leonor!