Crónicas de la peste XLI

Tenía que ocurrir. Una rueda de prensa en formato de orfeón hace inevitable alguna nota desafinada. Los estrategas de la comunicación gubernamental decidieron presentar no un portavoz sino una falange macedónica en formación de tortuga formada por ministros, subsecretarios, jefes departamentales y, para otorgar contundencia al orden de batalla, mandos militares con el pecho esmaltado de medallas. Debieron pensar, no sin buenos argumentos, que nada impresiona más un españolito que la verdad militar y, desde luego, nada es más apropiado en un frente de guerra que un general del alto mando. Siguiendo este hilo de la argumentación, los estrategas gubernamentales debieron razonar que si los ministros de la derecha intentan mimetizarse con el paisaje cuartelero tarareando a la menor ocasión somos novios de la muerte, al menos se quedarían mudos ante las afirmaciones de un general. Error.

Un militar en rueda de prensa se desacredita de inmediato solo porque este formato de comunicación pública es por definición una mesa de trilero en la que el público debe adivinar bajo qué cubilete está la verdad. Los militares no están adiestrados para la retórica. Su lenguaje es lacónico (como les gustaba recordar a los poetas falangistas y evocaba Francisco Umbral en ocasión famosa), atenido a la ordenanza, exento de matices y equívocos, y de inhóspita sonoridad. Los cuerpos policiales intentan remediar esta rígida tradición comunicacional incorporando a sus portavocías agentes jóvenes, generalmente mujeres, que humanizan, por decirlo de alguna manera, sus mensajes cuando de incidentes ordinarios se trata. Pero esto mismo no se puede pedir a un general  en estado de sitio.

En realidad, lo que han llamado lapsus del general compareciente no es sino la expresión extrema del cumplimiento del deber. Los militares defienden al estado y, en consecuencia, cumplen las órdenes que les imparte el gobierno legítimo con el fin de proteger a este y al estado en todos los frentes, incluido uno de los más activos en estos momentos: el de los bulos en las redes sociales. ¿Para qué otra cosa son las ruedas de prensa gubernamentales, en las que el general participa, sino para establecer una información veraz que sirva al conocimiento de los hechos y combata los bulos? Otra cosa es que nadie haga caso a las ruedas del prensa del gobierno excepto si un lapsus agita el cotarro.

Claro está que la derecha no lo entiende así. Primero, porque es la que fomenta los bulos, y segundo, porque lo hacen en la firme convicción de que el estado, y eso incluye a la guardia civil y sus generales, es de su propiedad, de modo que los militares deben ser leales o sediciosos según quién esté en el gobierno, como puede saber cualquiera que haya estudiado la historia de España. En este punto, el problema para la derecha es cómo calificar de felón a un militar condecorado que cumple con su deber y cuyo esfuerzo se aplaude todos los días. Doña Cuca Gamarra, portavoz del pepé, ha encontrado la fórmula: no se puede calificar de lapsus las palabras del general porque estaban escritas en el papel que tenía sobre el atril, lo cual no arregla mucho la cosa porque hace de un general despistado un general vendido. Doña Gamarra es un poco de todo y cuca a tiempo completo: un poco feminista, pues fue la que condujo a las chicas del pepé a la manifestación vírica del ocho-eme, y un poco militarista pues ha de cortar el cuello a un general sin que el cuerpo (del ejército) se dé por aludido.

Por fortuna, la derecha no está sola en este trance y una cierta izquierda se ha prestado de inmediato a servir de claque. El matiz es que se reconoce el lapsus, pero se califica de muy grave.  ¿Con qué grado de deshonor quiere usted ser despedido del cargo, mi general? ¿Por tonto, por felón, por irresponsable? Doña Colau, la autora de esta puntualización, también está poseída por sus propios mitos: una sociedad organizada sin ejército ni policía. Esta utopía quiso materializarse precisamente en la ciudad de doña Colau en 1937, con los resultados sabidos. Les contaré un secreto: ¿saben ustedes por qué la peste nos está toreando a todos? Porque el virus es un organismo sin historia y carece de imaginación mitológica, y se la bufan los generales de la guardia civil, las alcaldesas de Barcelona y todas las cucas que dicen luchar contra su diminuto ejército.