El mismo día en que Europa anuncia un plan de transferencias y préstamos para los países de la ocurre un suceso que nada tiene que ver con el duque de Ahumada ni con el frap y otras amenidades marginales del reñidero patrio. Nissan anuncia el irrevocable cierre de su planta de Barcelona. Tres mil empleos directos y doce mil indirectos a la calle. Antes de que la parsimoniosa y contradictoria Europa anunciara la buena nueva pactada por Alemania y Francia, ambos países inyectaban millonadas de sus equilibrados presupuestos en las grandes empresas de sus respectivos tejidos industriales, principalmente las automovilísticas. La decisión de Nissan, que forma parte del consorcio Renault, bien podría estar inducida por estas ayudas estatales del país vecino. Estamos, probablemente, en la última fase del ciclo de ciertas industrias, como la automovilística, porque sus productos empiezan a ser claramente disfuncionales. Ni la clase de movilidad social que proporcionan ni sus costes en términos medioambientales y energéticos están en la agenda del futuro, y los primeros que lo saben son los directivos de sus corporaciones. En este declive, la tendencia histórica del capital es siempre hacia la concentración de recursos para optimizar el gasto y favorecer las inversiones futuras.

El cierre de Nissan y el anuncio del paquete financiero de ayudas (que ya veremos en qué acaba, pues ha de ser debatido y aprobado por los llamados países frugales) son dos movimientos del mismo juego: mantener la unioneuropea como un mercado único y primar el statu quo que distingue a los países exportadores, altamente  industrializados, de los que lo son menos, los pigs, para entendernos. Para el gobierno español, con permiso de don Torra, el reto es cómo llenar el vacío que deja Nissan y otras grandes empresas que podrían seguir su senda. El coronavirus ha alimentado ensoñaciones de futuro y, preguntados a botepronto, nadie contestaría que hay que reforzar la construcción y la hostelería, pero los hechos son tozudos. La historia de nuestra democracia es la de sucesivos desmantelamientos del tejido industrial bajo promesa de reconversión futura pero, llegados a este punto, el confinamiento se ha levantado para impedir la quiebra de bares y de obras de pico y pala, y no para sujetar la permanencia de Nissan, que juega en otra liga en la que el gobierno no tiene mano.

Las ayudas aprobadas por la , si se materializan, no tendrán la munificencia de los fondos de cohesión de los años ochenta ni la cicatera tiranía de los rescates de la década pasada. Estarán a medio camino, lo que parece indicar que el gobierno y la sociedad van a tener margen de decisión sobre qué uso han de darles para sustanciarlos en un ciclo de crecimiento. Quizá ocurra así y las nuevas circunstancias, como una tormenta de verano, se lleven la tóxica atmósfera política y social acumulada desde hace más de un lustro, aunque, por ahora, la evidencia invita a dudarlo.