Una fina lluvia de estupor e indignación cae sobre la cabeza de la humanidad televidente que asiste al espectáculo del presidente Trump acaparando todas las reservas mundiales de medicamentos contra la peste, como un niño resentido y mal criado que se lleva el balón que le ha comprado su padre para impedir que jueguen los demás compañeros de colegio. La siguiente escena en otro canal es una tertulia en la que un sabihondo de camisa hawaiana y barba entrecana afirma retóricamente que debería haber una autoridad  internacional que impida estos comportamientos. Unilaterales, dice. Recuerda al listillo de la clase que en los últimos ochenta años se pregunta perezosamente ante cada contrariedad: ¿dónde está la onu?

El efecto de la indignación dura poco. Don Trump es nuestro jefe y está ejerciendo las competencias que le otorga el cargo en el marco del sistema que aceptamos todos diseñado para que los ricos acaparen los recursos que necesitan para ser incansablemente felices. La segunda parte de la definición –y los pobres que se jodan– se considera obscena y es de pésimo gusto hacerla explícita. Por eso, en caso de duda, se pregunta, ¿dónde está la onu?

La preocupación por la salud de los norteamericanos no es la causa del acaparamiento medicinal de Trump sino más bien la seguridad nacional. El covid19 ha puesto de relieve una inesperada carencia de la globalización neoliberal. Los bienes y servicios estratégicos no pueden ser externalizados porque, como hemos experimentado en nuestras carnes, en caso de crisis se producen distorsiones del mercado potencialmente catastróficas. Hasta ahora, los bienes estratégicos eran básicamente material militar pero la pandemia ha demostrado que puede ser el umbral de un nuevo conflicto internacional y la parafernalia sanitaria se ha convertido en un asunto tan importante o más que los silos de misiles nucleares. Hay una lógica, no por sinuosa menos lógica, entre la imputación hecha por Trump de que el virus fue creado en un laboratorio de China y el acaparamiento del remdesivir disponible. La derecha trumpiana o alternativa (alt right) no es liberal sino autoritaria y regresiva, y cuesta poco imaginarla haciendo acopio de armas, alimentos y medicinas para aguantar un largo asedio en el búnker excavado en el jardín de una casa con porche y mecedora frente a un campo de maíz. Históricamente, no sería la primera vez, ya ocurrió durante la guerra fría.

La paradoja reside en que un país gobernado por el partido comunista se ha convertido en la potencia proveedora de toda clase de bienes y servicios a los países liberales occidentales utilizando escrupulosamente las reglas y los canales diseñados y exigidos por el liberalismo que predican los clientes. ¿Y qué hacen estos entonces? Arrebatarse unos a otros los recursos disponibles como haría una horda de primates en un paisaje devastado. Europa debería tomar nota, si es que hay alguien ahí con papel y bolígrafo.