Significante vacío es una noción tomada de los politólogos Chantal Mouffe y Ernesto Laclau y puesto de moda hace unos años en España por los entonces pujantes intelectuales podemitas y ahora políticos en apuros, don Errejón y don Iglesias. El término alude a una consigna o palabra –revolución, pueblo, socialismo, etcétera- que adquiere significados distintos según quién la formule y en qué circunstancias. Políticamente, es una fórmula bastante gaseosa pero, si nos fijamos bien, muy corriente. El idioma está plagado de significantes vacíos. Los campos semánticos que definen los significados de las palabras operan como pistas de patinaje sobre hielo en las que cada hablante hace las piruetas que le permiten sus recursos y habilidades antes de darse un castañazo contra el suelo de la realidad. En esta ocasión, hemos posado la atención sobre otro significante vacío: la palabra fundación.
La genealogía de este término en la conciencia de quien esto escribe se remonta a principios de los años setenta. En aquella época, el dramaturgo Antonio Buero Vallejo estrenó una obra con ese título: La Fundación. Buero, comunista, ex preso político y autor del retrato más famoso del poeta Miguel Hernández en la cárcel, fue en el tardofranquismo el rey del teatro serio en Madrid. Sus obras eran graves, simbólicas, discursivas, de difícil intelección, a las que el público acudía como a misa, y hoy serían simplemente insufribles. La Fundación presentaba a un grupo de personajes en un entorno cerrado de aspecto agradable, al parecer un centro de investigación, que a medida que avanza la trama muta en una celda de condenados a muerte. El lector comprenderá que si es este el primer contacto con la palabra fundación, su significado quedará connotado como una entidad equívoca, secreta y amenazadora para uso e interés de los poderosos. Sin perder del todo estos atributos, las fundaciones se han aligerado a fuer de proliferar por todas partes y hoy fundación y chiringuito son sinónimos. Ambos términos denotan un establecimiento de arquitectura rápida para emplear a amiguetes y dispensar bebedizos euforizantes de consumo inmediato.
Y he aquí que los podemitas han decidido echar mano a este significante vacío y crear su propia fundación al frente de la cual han puesto a don Monedero, un intelectual encantado de haberse conocido y que detesta que la realidad le altere su discurso, por lo que dejó la política activa. En cierto mitin del que fui testigo, don Monedero nos sirvió una perorata larga y prolija como una obra de Buero Vallejo, tanto que un entusiasta del pueblo llano le interrumpió con una consigna extemporánea y el orador le miró desde el estrado y exclamó: dejadme terminar. Ahora podrá terminar sus monólogos en el confortable retiro de la fundación. Lo irónico está en que los periodistas que han dado la noticia de la fundación no parecían fiarse de la claridad del concepto (un significante vacío) y para que sus lectores más distraídos lo entendieran lo han llamado una faes de izquierdas. Si los frutos que habremos de esperar del invento se asemejan al ceño de don Aznar, la estéril altivez de doña Álvarez de Toledo y la gesticulación verbal de don Casado, apaga y vámonos. Entonces sí que a la obra de Buero Vallejo se le reconocería su carácter profético: lo que parece un centro de investigación es una celda de condenados a muerte (política, claro).