Chist, chist, apartarse, que viene la sociedad civil. Mientras el artista Salvador Amaya ultima el ciclópeo legionario de guardia que habrá de imponer su autoridad (artística, por supuesto) en la madrileña plaza de Oriente y cuya entronización aún tardará unos meses, no es cosa de dejar el campo al enemigo. Agustina de Aragón ya lo era antes de tener un cañón a mano. El arte y la técnica tienen sus tiempos a los que el corazón ardiente de los patriotas no puede limitarse. Así que una cofradía llamada Unión78, surgida de la sociedad civil (¿?) y formada por personajes muy conocidos del famoseo parapolítico –doña Cayetana, doña Rosa Díez, don Savater, doña San Gil et alii– ha convocado una manifestación en la plaza de Colón para decirle al gobierno de don Sánchez lo mucho que detestan que se indulte a los indepes catalanes y sobre todo lo mucho que le detestan a él. Abrid paso, pues, a la sociedad civil.
El pepé y vox (ciudadanos también, pero no cuenta ni hace bulto) han reconocido la autoridad de esta cofradía y han aceptado asistir a la manifestación tras los organizadores de la sociedad civil, como el alcalde de mi pueblo cierra la procesión de viernes santo cuando ya han desfilado los cuadros de la pasión. Los partidos adherentes a la manifestación de Colón, como el alcalde de mi pueblo, acuden por cálculo político. Los voxianos necesitan hacer masa y parroquia entre gente afín, y tienen poco que perder, pero en el pepé el cálculo es más sibilino, si vale decirlo así. No hay más que ver y oír los titubeos y circunloquios del alcalde don Almeida al explicar la posición de su partido ante la convocatoria. El pepé debe cuidar de que la manifestación no sea una fiasco (la plaza de Colón no les trae suerte, hay precedentes) y que lo que se diga en ella no sea obscenamente voxiano. Los del pepé saben que el indulto a los líderes indepes es inexcusable y que ellos lo harían si estuvieran en el gobierno y que en ese trance contarían con el apoyo del pesoe. Si bien al revés es muy improbable que suceda. Ya se ha visto en otras ocasiones en los que el gobierno socialista ha dado un paso adelante en los derechos civiles o en la restauración de la convivencia, desde el matrimonio de personas del mismo sexo hasta el desarme del terrorismo de eta. Es la naturaleza del escorpión de la fábula, necesita atravesar el río pero no puede evitar agredir a la rana.
Es también y sobre todo la aplastante naturaleza de la reacción española, bien ilustrada en la impasible presencia de los bloques de hormigón que representan las carabelas del descubrimiento al fondo de la plaza donde ha de celebrarse la manifestación. La historia mineralizada. Una fosilización que también se advierte en la cofradía promotora del acto, cuyo lema Unión78 quiere evocar soñadoramente el presunto espíritu que alumbró la constitución hoy vigente y para nada en riesgo. En aquella fecha, la unión incluía a catalanes y comunistas, que hoy están excluidos según la doctrina del constitucionalismo rampante, y algunos de los hoy unidos estaban tan alejados de aquel consenso como don Aznar o don Savater, el primero en la falange y el segundo en los aledaños de eta, para no mencionar a doña Cayetana, que tenía cuatro añitos cuando entonces y solo sabía que quería ser la más lista, la más famosa y estar en todas las salsas. Cosecha de 1978. Las leyendas están bien pero son inoperantes cuando aún quedan personas que vivieron y experimentaron la época sobre la que se fabula. La manifestación es un traje a medida de vox, que, como todo el mundo sabe, tiene un programa y un objetivo inocultablemente preconstitucional, para decirlo finamente. Je ne veux pas mourir idiot, como predicó el inolvidable Georges Wolinski.
La plaza de Colón es un área densamente culturizada y una meseta urbana sembrada de obras de arte en la que, además de las mencionadas carabelas de hormigón de Vaquero Turcios y el enhiesto monumento a Cristóbal Colón, obra de Jerónimo Suñol, catalán, se levanta en una esquina la maravillosa Julia (en la imagen) de Jaume Plensa, catalán también, que evoca un tiempo, apenas ido, en el que Madrid era la ciudad de todos y no la república independiente y ensimismada que es ahora, y de la que están enamorados los beodos franceses.