Dos hombres avanzan por un corredor de alto techo y muros imponentes en el que vagan algunas siluetas, como espectros. No se sabe de dónde vienen ni a dónde van. El escenario mismo es equívoco: parece una arquitectura lineal pero en realidad es un segmento de una curva que busca su origen. Una espiral que empieza y termina  en el mismo punto y en la que la traza del camino es un continuo de órbitas estáticas. En la imagen, el hombre que camina a la izquierda del espectador es un viejo bien plantado, erguido, mayestático y absorto. El que le acompaña es un apolo, obsequioso, premioso en su afán, sin bien contenido y ligeramente titubeante en las formas. Diríase que el apolo le está pidiendo algo al viejo elegante, quizá solo que le preste un poco de atención para no se sabe qué. El paseíllo dura cuarenta y cinco segundos y a su término provoca en el país del apolo la enésima crisis de orgullo nacional desde que se perdió Cuba, que, como es habitual, se resuelve en una logomaquia estridente y desaforada en tertulias de televisión y en el parlamento.

¿A ese paseíllo le llama el gobierno encuentro con Biden?, ¿de qué le habló Sánchez al presidente en esos pocos segundos?, ¿no podían haberse visto a solas, sentados y con un café? Bueno, no sabemos si hablaron más en otro momento. Si hubieran hablado lo hubieran dicho. Yo te diré lo que pasa: el americano no quiere saber nada con un gobierno social-comunista. Etcétera. En el parlamento, don Casado y don Abascal se hacen eco del malestar nacional y se descojonan de don Sánchez, al que, como sabemos todos, le queda poco. Y en ese momento, ¡sorpresa! España será sede de la cumbre de la otan el año que viene. Toma subidón de orgullo patrio. Pero recapitulemos.

Míster Biden ha viajado a Europa en visita de inspección del frente atlántico del imperio, una porción del planeta poblada de gentes narcisistas y obsequiosas, y ahora mismo ligeramente incomodadas por el desdén que les manifestó el tipo que precedió a míster Biden. El nuevo emperador quiere recordar a los europeos a qué imperio pertenecen y la vieja Europa, ah, qué delectación produce este sintagma, quiere que se le reconozcan sus méritos y sacrificios. En la agenda del visitante, muchas voces que fatigan el oído cansado de un viejo y demasiadas manos tendidas que avivan la artrosis de quien ha de estrecharlas, mientras le ocupa  una sola obsesión: el encuentro final, después de haber pasado revista a las tropas, con el gran enemigo: el oso ruso. Así que, despachados los asuntos que interesan, ¿qué pinta España en este auto sacramental? Veamos.

La España en la que vivimos y la que conocemos desde el final de la segunda guerra mundial debe su existencia a Estados Unidos, que aprovechó su posición hegemónica en Europa occidental para consolidar a Franco mediante la implantación de bases militares norteamericanas en el territorio, y convirtió al tiránico y arcaico régimen franquista en una pieza más de la guerra fría. Ese pacto político-militar entre los dos países fue tan sólido que sobrevivió a dos crisis no menores: la caída de cuatro bombas nucleares en las costas de Palomares (1966) y la reunión antifranquista conocida como contubernio de Múnich (1962) y financiada por organismos tapadera de la cia. A la hora de la democracia, los españoles aprendimos, referéndum mediante, que ser europeísta era ser atlantista. No hay una Europa  autónoma al margen de la tutela de Estados Unidos. Es lo que ha querido recordar míster Biden en su periplo y el gobierno de don Sánchez lo sabe y no lo discute.

Ahora está sobre la mesa el contencioso con Marruecos, aliado privilegiado de Estados Unidos en África. También en este punto de la agenda la postura norteamericana es clara. Después del vocinazo de míster Trump, el nuevo presidente reconoce la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental y, al contrario que los españoles, no tiene ninguna cuenta histórica pendiente con el pueblo saharaui, pero evitará que este asunto sea un motivo de desestabilización de España por alguna provocación marroquí como la de Ceuta hace unas semanas. Ya tuvo que mediar en el penoso asunto de Perejil y con seguridad no es una tarea del gusto del departamento de estado. No obstante, tampoco puede desentenderse del tema porque el tratado del atlántico norte, cuyo cumpleaños se celebrará el año que viene en Madrid, no cubre la defensa de Ceuta y Melilla. La novedad en este último episodio del conflicto fue la declaración de la unioneuropea recordando a Marruecos que Ceuta es frontera de Europa. Bien, todas las fichas del tablero están en su sitio y míster Biden y don Sánchez lo saben, ¿qué necesidad había de reunirse para recordárselo uno al otro? Aburrido, ¿no?