¿Quién le iba a decir a la cabra de la legión que su protagonismo de este día sería opacado por una noción abstracta que está a debate en todo el mundo? Hasta el año pasado, la celebración de este llamado día de la hispanidad se resumía en un desfile militar por el madrileño paseo de la Castellana, al que el expresidente don Rajoy calificó de coñazo en memorable ocasión, y tenía dos únicos atractivos: ver desfilar a una cabra al frente del tercio legionario e insultar al gobierno constitucional que ocupa la tribuna de autoridades, si es de izquierdas. Pues bien, he aquí que la hispanidad se ha convertido en un motivo que tiene soliviantadas a millones de personas en toda el área del planeta donde se habla castellano: monumentos vandalizados, partidos y gobiernos que exigen reparaciones y en general un clima político e intelectual agriamente revisionista y no muy partidario de la cabra y de lo que significa: el vestigio de un imperio extinto como el asirio, el azteca o el inglés.
La celebración del doce de octubre como fiesta nacional es un característico fruto de los déficits de la transición. Lo lógico hubiera sido que la fecha fuera el día de la constitución, seis de diciembre, pero en esas fechas disputa la primacía festiva con el día de la inmaculada concepción, ocho de diciembre, y con el buen rollo de la época, iglesia y estado convinieron en celebrar las dos y proporcionar así al buen pueblo lo que más aprecia: un puente vacacional. Pero algún día tenía que desfilar la cabra, así que se dejó el doce de octubre, antes día de la raza, para este menester.
El terremoto antiimperialista en el área hispánica ha traído una inevitable réplica en el terruño de los conquistadores y ahí están los dizque herederos de Hernán Cortés –don Aznar, doña Ayuso, don Casado, don Abascal y el criollo don Vargas- batiéndose con los molinos de viento del indigenismo, sin que sepamos muy bien, como le ocurre a don Quijote, qué significa esta lucha excepto por lo que tiene de demanda de una más justa redistribución de los bienes terrenales, vale decir, de las rentas nacionales y globales a favor, justamente, de los indígenas, que somos la inmensa mayoría. Un matiz que ha captado muy bien doña Ayuso o quien le dicte las ocurrencias con que nos agasaja. La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa, se lee en el 18 Brumario de Karl Marx, con perdón, y es lo que está ocurriendo con la actual tangana de la colonización y el indigenismo. Lo que llaman la guerra cultural –doña Cayetana dixit– no es más que un teatro de sombras para distraernos, a la derecha de su inagotable corrupción en las tareas de gobierno y a la izquierda de su impotencia para transformar la realidad sobre los datos del presente.
Este año, la cabra va a necesitar un buen chute de grifa, como se llamaba antes a la cosa, para no perder el paso en medio de esta barahúnda.