Lo tejido a la luz del día se desteje bajo la luna. Pedimos diplomacia y no guerra, lo que es una consigna razonable, aunque improbable cuando se ha decidido dar la palabra a las armas. En este momento, ni los agresores rusos ni los resistentes ucranianos están por la opción de deponer las armas. Rusia quiere destruir Ucrania, o convertirla en un estado subalterno bajo su mandato, que viene a ser lo mismo, y los ucranianos se oponen agónicamente a este designio. Las negociaciones entre ambos bandos para un objetivo tan concreto y plausible como la creación de pasillos humanitarios han fracasado. Es claro que en último extremo habrá una negociación pero no antes de que ambas partes lleguen al convencimiento de que la prolongación de la guerra es peor que una paz en la que los contendientes puedan reconocer que han ganado algo.
La cuestión es, para los europeos, qué papel nos toca en este conflicto y cuáles serán sus consecuencias de fondo, no las más obvias sobre nuestra economía, que ya se están notando, sino sobre el futuro de este tinglado en el que vivimos y llamamos unioneuropea. Primera paradoja: Rusia ha sido hasta ayer mismo amigo de los europeos, que le deben entre otros bienes básicos, el suministro de energía sin la que la ué no sería la potencia económica que es. Pasar de esta razón práctica a la razón moral para situarse del lado de la agredida Ucrania tiene un coste en términos intelectuales, políticos y económicos, que no se puede minimizar. La guerra ha cortado los suministros de grano y de aceite de girasol de Ucrania necesarios para nuestra industria agroalimentaria pero estos suministros llegarían aunque el país exportador estuviera bajo la férula de Moscú. A estos cálculos económicos, que son los que interesan a las poblaciones, se añaden los militares.
La decisión de occidente es no participar en el conflicto, por razones obvias. Significativamente, Polonia se ha negado a entregar aviones de guerra a Ucrania. Es cierto que la unioneuropea, llevada por la confusión de un episodio que no esperaba, a pesar de que no faltasen indicios de lo que podría ocurrir, ha adoptado medidas de más relumbrón que eficacia, como el envío de armas de España (pocas y poco letales, a qué engañarnos) o la propuesta para iniciar el proceso de integración de Ucrania en la unióneuropea. Medidas inanes que no consalarán a los habitantes de Kiev pero alimentarán el resentimiento y las espurias razones de Moscú. Y llega la pregunta del millón: ¿qué podría haber hecho occidente con anterioridad para evitar el conflicto?
Es lo cierto que la implosión de bloque socialista, años noventa, fue eufóricamente interpretada en occidente como una victoria sobre el mal. Se decretó el fin de la historia y nadie en este bando se paró a considerar qué efecto había tenido este hecho en Rusia, una potencia nuclear derrotada y resentida, es verdad que por sus propias carencias y no por la acción exterior, pero con la que nadie se tomó la molestia de contar para un nuevo marco de seguridad. Es cierto también que los países liberados de la tutela soviética solo querían salir de su área de influencia, lo que significaba ingresar en la ué y en la otan. Y no es menos cierto que Rusia durante muchos años estuvo absorta en recomponer su propio estado, lo que permitió a occidente creer que podía despreocuparse del viejo enemigo y dedicarse a arreglar el mundo a su conveniencia, en la antigua Yugoslavia y en el mundo árabe, donde habían aparecido otras amenazas para el orden occidental. Así que puede decirse que durante estas tres décadas ha habido un importante déficit de actividad diplomática en esta parte del planeta que nos concierne directamente. La cuestión es si esta actividad diplomática, de haber existido, hubiera frenado la deriva que ha llevado al conflicto de Ucrania.
La respuesta, cautelosa, es no. Rusia no solo tiene un problema histórico con los límites espaciales de su frontera occidental y una vocación imperial sobre los pueblos que la rodean, tanto más si son de cultura eslava, sino que su sistema político centralizado, autocrático, carente de una opinión pública robusta, y basado en una élite de grandes propietarios bajo el mandato de un líder indiscutido, es incompatible con lo que entendemos en occidente que es un sistema democrático. Tarde o temprano habrá un acuerdo en Ucrania, ojalá que antes de que se consume la catástrofe humanitaria que ya se apunta, pero la asimetría y la incompatibilidad de los sistemas occidental y ruso seguirá intacta.