Lo ocurrido en la valla de Melilla el pasado 24 de junio bien puede interpretarse como una ofrenda ritual de Marruecos a España para sellar el nuevo pacto de amistad entre ambos reinos, que puede resumirse así: el reino de España renuncia a sus compromisos con el Sahara Occidental y reconoce la soberanía de Marruecos sobre el territorio y a su vez Marruecos vela por la tranquilidad del sueño de España, asediado por una aterradora pesadilla migratoria que parece la noche de los muertos vivientes. Pues bien, cuando el gobierno de España abrió los ojos, los muertos estaban muertos, alineados a la puerta de casa como piezas cobradas en una cacería.

El malicioso gato había dejado al ratón despanzurrado junto a las zapatillas del dueño para recordarle que sin su concurso tendría la finca asolada por los roedores. Al presidente don Sánchez le pareció un problema bien resuelto hasta que vio las imágenes de lo sucedido. Don Sánchez es un carnívoro al que le gusta el chuletón al punto pero no quiere saber lo que ocurre en el matadero. Nuestros voxianos alardean de que no sacrifican los corderos en la cocina de casa. En regímenes menos sofisticados se divierten enormemente con estos melindres característicos de la hipocresía europea y no pierden ocasión de ponerlo en evidencia.

Las cifras del suceso tal vez nos ayuden a entender lo ocurrido. Unos dos mil migrantes  procedentes de lugares muy alejados entre sí en el África subsahariana habían recorrido entre cinco mil y seis mil kilómetros y atravesado cuatro o cinco países más grandes que España o Marruecos para confluir en la puerta de entrada de una insignificante ciudad de ochenta mil habitantes, donde fueron recibidos como ya es sabido. Entre veintitantos y más de cuarenta migrantes resultaron muertos; más de trescientos heridos (la mitad, policías, según datos oficiales) y un número indeterminado de desaparecidos, es decir, muertos o heridos no identificados, fue el saldo de la jornada. El asalto a la valla tuvo que ser forzosamente brutal si los migrantes querían que el mayor número posible sorteara el obstáculo. Pero la cuestión es por qué la gendarmería marroquí permitió que esas dos mil personas, que no son tantas y que sin duda habían vagado por el país desde semanas atrás, se concentraran en el punto de asalto, cuando tienen el objetivo al alcance de un último impulso y en consecuencia la fuerza del envite es mayor.

El ministro español del ramo, don Marlaska, no se siente concernido por lo ocurrido y se ha limitado a constatar que el asalto fue muy violento, lo que no hay por qué dudarlo. Imagínense lo violento que puede llegar a ser un náufrago que ha atravesado a nado el océano y un puñado de rollizos bañistas armados con palos quieren impedirle que pise la playa. Entre los factores que están cambiando la faz del planeta, la migración no es de los menores, y es mal negocio utilizarlo como moneda de cambio en los a menudo tramposos tratos entre estados. La temblorosa Europa debería hacer un esfuerzo por tomárselo en serio y no parecer una viejecita acorralada por las mafias, como tontamente dicen nuestros gobernantes cuando quieren explicarnos su quebradero de cabeza.