La adormilada memoria del viejo telespectador se ve alertada por algo que le llega de la pantalla y que ocurre en el congreso de los diputados. Los voxianos abandonan con gran pompa el hemiciclo en señal de desprecio por lo que la sede de la soberanía nacional representa. Fue ayer jueves por la tarde, en los prolegómenos del debate sobre la reforma del código penal que incluía un cambio en la elección de los magistrados del tribunal constitucional. Este último punto fue aprobado por amplia mayoría y los voxianos habían vuelto  a sus escaños para votar en contra. Queda, sin embargo, en la retina el aparatoso  abandono de la sede parlamentaria al comienzo de la sesión.

Es posible que don Abascal y compañía crean que este teatrillo es una originalidad del manual de Steve Bannon para reventar la democracia pero los más viejos de esta remota provincia subpirenaica ya lo habían visto en los años ochenta, protagonizado por los parlamentarios de herribatasuna, estos sí, proetarras de verdad. En cierto momento por aquellas fechas, la dirección político-militar de la banda terrorista ordenó a los electos afines que abandonaran los parlamentos regionales y el nacional en los que tenían escaños y en los que eran inoperantes minorías para concentrar la acción política en los municipios, donde eran más decisorios y, como se decía, estaban más cerca del pueblo. De la alta política, ya se ocupaban los de la pistola. Esta estrategia tampoco entonces era original porque había sido puesta en práctica por los carlistas decimonónicos, que confiaban en las aldeas y campanarios y renegaban de la constitución y del boletín oficial. Poco a poco, los batasunos se reintegraron a la vida parlamentaria (nunca dejaron de ser votados por los suyos en mayor o menor medida) y ese fue un indicio progresivamente evidente de victoria de la democracia.

El desprecio hacia la institución parlamentaria es un síntoma de que quien lo practica cuenta con una fuerza externa más eficiente para alcanzar los propios fines políticos. Los batasunos de la época creían tenerla, claro está, y los trumpianos de hoy mismo experimentaron esta vía alternativa en la operación de asalto al capitolio hace un par de años. Todo parece indicar que, por ahora, los voxianos no cuentan con esa fuerza extraparlamentaria, aunque es improbable que alguno de ellos no sueñe con tenerla, y que su absurda gestualidad sea en realidad efecto de la completa ausencia de discurso político en sus filas. No tienen nada que decir, así que hacen aspavientos cuando no insultan.

En el crispado debate de ayer en el congreso se oyó más veces de las que sería deseable el término golpe de estado. Las palabras más sonoras e impactantes ocultan la falta de argumentos y desde luego la actual clase política no se caracteriza por la elegancia y profundidad de su retórica. En la tribuna percuten como tuiteros más que debaten como tribunos. Aceptemos que el menudeo de la palabra golpe es una digresión a la espera del argumento, como la calificaría Borges (Arte de injuriar), pero el nudo de lo que se trató ayer en la sesión parlamentaria es, sin exagerar, un tema muy serio y se parece bastante a una conspiración del principal partido de la oposición, el pepé, con un puñado de jueces de su cuerda para provocar un enfrentamiento de consecuencias imprevisibles entre poderes del estado con el objetivo de deslegitimar al gobierno, como es manifiesto desde que la izquierda ganó las elecciones. El ostentoso desfile voxiano parecía el  vapor que se escapa de una olla a presión un minuto antes de que estalle si alguien no apaga el fuego sobre el que se hace la cocción. Más vale que los honorables magistrados del tribunal constitucional lo tengan en cuenta en sus deliberaciones.