La Jura de Santa Gadea es un término familiar a los vejetes de este país porque formaba parte del repertorio de leyendas que habríamos de aprender en la escuela  al gusto del gallo polainudo que entonces llevaba la batuta. Alude al juramento que, según el romance, fue forzado a prestar en 1072 el rey Alfonso VI de León de que no había participado en el asesinato de su hermano el rey Sancho II de Castilla, alevosamente muerto durante el cerco de Zamora donde gobernaba su hermana doña Urraca. El que tomó juramento al rey bajo sospecha fue el Cid Campeador. En la peli de colorines que produjo Samuel Bronston a principio de los sesenta, este guerrero está interpretado por Charlton Heston, el macho cinematográfico más famoso de la época, que en la cinta obliga violentamente al rey acojonado (John Fraser) a posar la mano sobre el misal y le conmina a jurar con un gesto de matonismo, metáfora de la relación de amistad que unía, y aún une, al país medieval del rey Alfonso VI con el del productor y el protagonista de la película.

La leyenda de Santa Gadea cuadra a cierta visión falangista en la que un hombre providencial salido del pueblo obliga al rey a hacerse merecedor de la lealtad de sus súbditos pero, visto más crudamente desde la perspectiva actual, es sobre todo una apología del golpismo, en la que un militarote que va a lo suyo obliga al rey, hoy diríamos constitucional, a que diga o haga lo que él quiere que diga o haga.

Pues, créanlo o no, la Jura de Santa Gadea es la imagen en la que se ve a sí mismo don Ramón Tamames en la tribuna de congreso cuando predique la censura de don Sánchez. Lo ha dicho él mismo para confort de la mesnada de voxianos que le rodea cuando se ha hecho oficial su protagonismo en la moción de censura. La crónica lo cuenta así:  con cierto sentido de humor histórico, el profesor Tamames se ve a sí mismo como el Cid  en  Santa Gadea. Una moción de censura no da para mucha risa pero no debe ser casualidad que entre la miríada de viñetas de cómic en que vivimos envueltos, don Tamames haya elegido esta para ilustrarnos sobre su visión del papel que los voxianos le han asignado.

A la edad tardía estamos constreñidos por una doble exigencia: la satisfacción de las necesidades elementales y la ordenación del barullo de anécdotas que constituye nuestro pasado y al que hemos de dar sentido, preferiblemente heroico, para la posteridad. Dado por supuesto que don Tamames come sano cinco veces al día y sus achaques están bien atendidos por el servicio de salud de doña Ayuso, puede dedicar bastante tiempo a pensar en su epitafio y ahí está el Cid Tamames obligando al presidente don Sánchez. alias Que te vote txapote, a jurar sobre la constitución del 78, que el felón ha querido destruir con sus alianzas espurias y sus leyes trans que tanto molestan a la gente de bien. Don Sánchez, el ilegítimo, el dictador, enfrentado a sus delitos de lesa patria por la gallardía del viejo guerrero que en su juventud fue de día técnico comercial del estado al servicio del plan de estabilización de Franco y de noche militante comunista, dualidad que no debió escapársele al comisario Conesa de aquella época.

Y mientras el candidato instrumental de los voxianos está en capilla velando sus armas, el presidente felón vuela a Ucrania, donde también tienen una leyenda medieval, la Rus de Kiev, de la que al parecer depende España y toda Europa. El futuro está en la Edad Media. Las cenizas de Umberto Eco sonríen.