Los momentos históricos se resumen en un acto, a menudo inesperado, en el que un héroe o heroína anónimos se plantan en mitad de la autopista y detienen la columna de tanques que se dirige a tomar en poder. En esta ocasión, la heroína ha sido la periodista de la televisión pública Silvia Intxaurrondo, que ha frenado en seco la arrolladora tromba de trolas con la que don Feijóo espera entrar en el palacio de La Moncloa. El impávido y moderado don Feijóo afirmaba una vez más que su partido siempre ha actualizado las pensiones con arreglo a alza de los precios. Eso no es correcto, le ha respondido la periodista. Por supuesto que es una mentira, como saben los millones de pensionistas del país, pero esa mentira y otras más encadenadas consiguieron arrollar al presidente del gobierno en el debate televisivo y campan holgadamente en la conversación pública. Como ocurriera en Tiananmén, en esta ocasión también el conductor del tanque intentó sortear el obstáculo y porfió con la periodista, en vano. El paso siguiente a la mentira será la masacre, pero eso ocurrirá el domingo próximo si la legión de los despistados no lo evita.
Los humanos tenemos que sortear las mil caras de la realidad, así que nos hacemos ayudar de mentiras y mentirijillas, que, como todo recurso de superviviencia, tienen su gradación y deberían detenerse cuando perjudican a terceros. En política, esos perjudicados son anónimos e invisibles, así que la mentira goza de cierta impunidad como arma de persuasión. Sin embargo, en la era trúmpica, las mentiras han dejado de tener un carácter meramente instrumental para adquirir un valor ontológico. No sirven para ocultar la realidad, pues son demasiado obvias y el descubrimiento del engaño está al alcance de cualquiera, sino para crear una realidad alternativa en la que el mentiroso vive encantado de haberse conocido, seguro de su impunidad, bien cubierto por una guardia mediática de su confianza y convencido de la lealtad de sus idiotizados súbditos.
Probablemente, la primera mentira de esta nueva categoría ontológica fue la proferida por los asesores de míster Trump cuando afirmaron que la toma de posesión del nuevo presidente había registrado una asistencia popular sin parangón en la historia mientras el público podía comprobar que era una de las más exiguas conocidas desde que el acto se retransmitía por televisión. La diferencia numérica entre la mentira y la verdad era de 1,5 millones a 250.000. ¿Cómo y cuándo surgió la mentira ontológica?, ¿en qué momento los conservadores decidieron que no podrían sobrevivir en la realidad real y se inventaron una realidad virtual? Vale la pena echar un vistazo a esta genealogía.
El origen puede situarse en este trabalenguas proclamado por Donald Rumsfeld, ministro de míster Bush júnior. el último presidente propiamente conservador de Estados Unidos: Hay cosas que sabemos que sabemos; hay otras que sabemos que no sabemos, y por último, hay otras cosas que no sabemos que no sabemos. Este prontuario de gnoseología, que bien podría haber salido del zurrón de nuestro don Rajoy, inaugura la relatividad del saber y por tanto la legitimidad de la mentira. Míster Ramsfeld fue partícipe de la primera gran trola de esta nueva era: las inexistentes armas de destrucción masiva que justificaron la guerra de Irak y la desestabilización de esta parte del planeta, cuyas consecuencias aún gravitan sobre nuestras cabezas. El siguiente presidente de esta ala ideológica, míster Trump, ya no era un conservador reconocible sino un neofascista disparatado. Un demagogo que profería un promedio de 4,6 mentiras al día y que tiene contabilizadas treinta mil durante todo su mandato. El trumpismo ha hecho que la comprobación de datos a que están obligados los periodistas se haya convertido en una imprescindible arma de defensa cívica frente al poder de los caníbales.
La mutación trumpista tuvo en España su reflejo desde el primer momento. Don Aznar se sumó entusiásticamente a la mentira de las armas de destrucción masiva y dio ocasión a los españoles de avergonzarnos ante el mundo cuando la representante de nuestro país en el consejo de seguridad de las naciones unidas, doña Ana de Palacio, dijo tener la convicción de la existencia de tales armas en posesión de los iraquíes. Después de don Aznar vino don Rajoy, pródigo en trabalenguas destinados a masticar el lenguaje y a enmascarar el sindiós de corrupción y devaluación del país que fue el periodo de su gobierno, con mayoría absoluta, hay que recordarlo para tener a la vista el barómetro de las creencias y emociones de la sociedad española. El siguiente jefe del pepé y aspirante al título de presidente del gobierno, el moderado don Feijóo, ya es un trumpista de pura raza, convenientemente entrenado por el gurú don Miguel Ángel Rodríguez, asistente en su día de don Aznar y artífice de doña Ayuso, la primera mutación exitosa de una conservadora corriente en una neofascista confesa. Esto es lo que se nos viene encima el domingo próximo y esto sí que sabemos que lo sabemos.