Último debate televisivo antes del día de las elecciones y el candidato con más probabilidades de ganarlas, según los sondeos, no está presente, lo que no impide que los demás candidatos lo recuerden, evoquen, critiquen y, en resumen, lo recreen en el plató y en la imaginación de los telespectadores. ¿Está o no está en el debate?, ¿es o no candidato a la elección? Don Feijóo, el tipo que es indistinguible de su ectoplasma.
Si el próximo domingo los habitantes de este país semidesertizado no salen del abrasador sopor estival del que disfrutan como premio a sus desvelos, el lunes tendrán como presidente del gobierno a un tipo que se dio a conocer a sus futuros votantes a bordo de un yate en el que compartía las delicias estivales y la crema solar con un narcotraficante. En cualquier democracia plena, por decirlo con un tópico del gusto de la coalición reaccionaria, este personaje quedaría descalificado para un cargo público en el futuro pero aquí saldrá del baúl mágico de la soberanía popular investido como presidente de la nación.
Don Feijóo es una personalidad inescrutable. Lo hemos podido comprobar a medida que aumentaba la exposición del personaje a nuestra mirada. En una primera impresión, se ajusta al tópico gallego del paisano al que te encuentras en la escalera y no sabes si sube o baja. Pero esta imagen rudimentaria se ve matizada por rasgos más complejos que, en este tiempo de fantasías tecnológicas, llevan a pensar si no será un prototipo de inteligencia artificial insuficientemente desarrollado. La capacidad de decir una cosa y la contraria, ofrecer explicaciones que no lo son y entrar y salir del foco en el mismo movimiento sin alterar ni un músculo de la cara podrían atribuirse a fallos de programación pero por ahora nadie discute que es un ser humano de verdad. ¿Lo es? El amigo Quirón, que está dejando las pestañas en el análisis del personaje, ha descubierto en él tics inapreciables para el común –por ejemplo, la frecuencia con que se humedece los labios con la lengua-, que por último no ofrecen un diagnóstico convincente de su carácter, excepto de que se trata de un organismo vivo y no de un robot, aunque tampoco esta prueba sería definitiva a partir de cierto grado de desarrollo del algoritmo que podría dirigir al personaje.
Las explicaciones que el candidato don Feijóo ha dado de su amistad con el narcotraficante son inconsistentes y por último delirantes cuando ha afirmado que no podía saber la condición de su hospitalario amigo en un tiempo en que no se disponía de google. La referencia a un buscador de contenidos de realidad virtual para responder una pregunta de la que él sabe mejor que nadie la respuesta parece disparatada pero en realidad está señalando ese territorio en que la realidad se construye mediante un código binario, uno o cero, donde el hecho y el vacío tienen el mismo valor. Don Feijóo es la versión vivales del gato de Schrödinger, que te da un zarpazo y te deja tuerto cuando asomas la nariz para comprobar si está vivo o muerto. Qué se lo pregunten a don Sánchez, que ayer parecía haber recuperado el temple y la cordura que perdió en el anterior debate televisivo.
El candidato del pepé es el hombre sin atributos, o sin cualidades. El término es el título de un novelón del escritor austríaco Robert Musil, reputado por la crítica como una de las mejores novelas del siglo XX, en la que se examina la época de declive del imperio austrohúngaro a través de un protagonista enfrascado con otros personajes igualmente fantasmagóricos en una llamada acción paralela, pródiga en discusiones y procedimientos que llenan de episodios la novela pero cuya naturaleza nunca se aclara aunque el lector sabe que derivará en el ascenso del nazismo porque fue bajo ese clima político, entre 1930 y 1943, cuando Musil escribió esta obra inacabada. Hay demasiadas similitudes entre la época de la novela y la que vivimos ahora como para no mosquearse ante un personaje tan liviano y equívoco como don Feijóo.
El tipo que es indistinguible de su ectoplasma. Qué hallazgo.
Magnifico.
Quise escribir «magnífico», por supuesto: con la tilde que le sobra al apellido Feijoo.