A don Sánchez terminaremos por pasarle los billetes de lotería por la chepa. A su estilo, ha marcado un triple en el último segundo y le ha arrebatado la victoria al adversario, que, si bien era un equipo mediocre y marrullero, tenía detrás a la hinchada más frenética, invasiva y obscena que ha conocido este país en los últimos cuarenta años. La única buena noticia, y no es poco, que han dado las urnas es que los bárbaros no estarán en el gobierno; al menos no deberían estarlo con los números resultantes. Incluso, puede decirse que han perdido atractivo como motor de la derecha; en Castilla y León, donde exhibían un genuino prototipo de chulería y matonismo, han registrado una debacle representativa de la suerte sufrida en todo el país. Así que podemos suponer que la agenda fascista de recorte de derechos, censura cultural, centralización política y ataque a la sociedad civil, que traían don Abascal y su horda, ha quedado anulada. El rocoso conservadurismo español ha vuelto en tromba a la casa madre, sin hacer ascos al personaje inverosímil que la dirige ahora, y que es el único ganador neto de la jornada. Es un misterio de la psicología profunda la confianza que despiertan en la derecha española los tipos que veranean en el yate de un narcotraficante.
Por lo demás, seguimos en la cuerda floja. El tsunami reaccionario que azota Europa ha llegado a España para quedarse. La izquierda muestra poco músculo. La agónica movilización de los últimos días solo ha servido para una mejora de dos diputados del pesoe mientras las innumerables izquierdas agavilladas en el sumatorio de doña Díaz han perdido cinco escaños respecto a la legislatura pasada. ¿La venganza de don Pablo Iglesias? El chiste de la jornada es que un posible futuro gobierno dizque progresista depende de un zascandil como don Puigdemont. La mecha sigue encendida.
Todo indica que se acercan tiempos recios, en los que la derecha navega con más comodidad que la izquierda: contención del gasto y ajustes fiscales en casa y una guerra interminable en el vecindario, que significa malas caras y más armas. Esta perspectiva ya está instalada entre los socios europeos y gravitará en las maniobras domésticas para la formación del gobierno. Ha terminado el tiempo de los partidos emergentes y su peso es entre marginal y nulo y vuelve de nuevo un bipartidismo que, por ahora, no quiere decir su nombre. En el horizonte, alguna forma de acuerdo pesoe-pepé. Las presiones que recibirá don Sánchez para ir por ese camino van a ser de no te cuento. El principal problema de la izquierda es que ha perdido la iniciativa.
En la remota provincia subpirenaica ha ganado la izquierda -el pesoe y el endémico carlismo local en fase de reposo entre guerra y guerra-, pero no se hagan ilusiones. El conservadurismo mayoritario ha visto rebajadas sus expectativas al presentar, por primera vez, en dos siglas distintas su corazón partío entre el foralismo y el españolismo. Y la ley d’Hondt es implacable con los divisionistas.