Desde los ángeles bíblicos, por no remontarnos hasta los demonios de Babilonia y más allá, extraterrestres y alienígenas están entre nosotros enredando en los asuntos humanos. Un extraterrestre detuvo la mano del padre Abraham cuando descargaba el cuchillo sobre el cogote de su hijo Isaac y un gremio de albañiles, canteros y encofradores alienígenas  levantaron la gran pirámide de Keops con una celeridad y calidad de obra nunca igualadas por sus homólogos terrícolas. Los testimonios de la presencia de gentes provenientes del vacío que nos rodea están documentados en todas las culturas hasta nuestros días. El tema es tan rutinario que se precisa de alguna circunstancia excepcional para que vuelva momentáneamente a primera línea de la actualidad.

En esta ocasión, los alienígenas han despertado por el acuerdo de demócratas y republicanos para dedicarle al tema una sesión informativa en el congreso estadounidense. Teniendo sobre sus cabezas a míster Trump parece pertinente el deseo de los representantes del pueblo de ampliar el foco de los fenómenos paranormales y dar entrada a los marcianos en el relato de este tiempo. Nada hay más entretenido que una convocatoria para charlar sobre ovnis y, en este caso, una vez más, han sido numerosos los testigos de su presencia en el vecindario, pero el testimonio estelar de la sesión parlamentaria ha sido el de un ex alto oficial de la inteligencia aérea, un tal David Grusch, quien ha afirmado que el gobierno de Estados Unidos guarda naves extraterrestres intactas y en fragmentos, y muestras de material orgánico procedentes del espacio exterior. En resumen, que en algún lugar secreto está el centro de interpretación y museo de La guerra de las galaxias. Seguro que no es ni la mitad de interesante que la peli. Mister Grusch ha hecho estas afirmaciones bajo juramento y, ojo, en el derecho anglosajón prestar juramento en sede parlamentaria o judicial no es el pitorreo al que estamos acostumbrados en los países latinos: el delito de perjurio lleva a la cárcel. Así que el testigo se ha curado en salud y ha matizado que él no ha visto esas pruebas de las que da testimonio sino que se lo han contado. Acabáramos.

El espía habla de oídas, como todos. El platillo volante siempre aterriza en la finca de un vecino y lo ha visto un cuñado, como a la virgen maría la veían unos pastorcillos analfabetos después de matar el hambre masticando unos hongos encontrados entre las raíces del bosque. Lo que cuenta en este asunto es una realidad inventada y, no obstante, la convicción de que poderosos intereses terrenales la mantienen oculta. El congreso estadounidense va a pedir información al gobierno sobre lo oído en la sesión informativa y, como la respuesta será una vez más insuficiente, volveremos a la casilla de salida.

Los alienígenas se vuelven conspicuos en tiempos de incertidumbre y su presencia es correlativa a la derechización de la sociedad. El miedo empuja a agarrarse a la realidad que se posee, la de toda la vida, moldeada por el uso y la costumbre, y lo que queda fuera de este perímetro cognitivo es cosa de extraterrestres. La reciente campaña electoral de la derecha en España ha consistido en hacer de don Sánchez un alienígena en la imaginación de las clases medias aterrorizadas por el porvenir: cambio climático, libertad sexual, avalanchas migratorias, zombis etarras y catalanes despendolados, entre otros signos del apocalipsis.

¿De dónde sale esta fantasía que está transformando para mal el mapa político no solo de España sino de toda Europa? Averiguarlo está al alcance de cualquiera mediante un sencillo ejercicio de atención al entorno. Peguen la oreja a las conversaciones del común;  no a las tertulias de la radio y de la tele, donde las opiniones se ofrecen ya formateadas para consumo político directo sino al material bruto que se encuentra en los lugares de reunión de la gente y advertirán de inmediato, desconfianza hacia el gobierno, desdén hacia lo público,  rechazo a los de fuera, miedo a los de dentro, malestar por el presente,  y todo cubierto de una pátina de ira, cuyo avance es muy difícil de atajar. Si, además de escuchar, miran a quienes profieren estos lamentos verán que sus rasgos físicos disparatan hacia una versión paródica del rostro humano y sus palabras son poco a poco ininteligibles a fuer de alejadas de la realidad empírica. Sí, están entre nosotros, y no hace falta jurarlo.