Entre la progresía ha provocado cierto escándalo –pasajero, como todos- la afirmación de doña Ayuso en sede parlamentaria de que los viejos finados en las residencias sin asistencia médica durante la pandemia hubieran muerto de todos modos, y sin embargo es una observación acorde con la naturaleza. Todos morimos y los viejos, por razones obvias, mueren antes y en mayor proporción que los jóvenes, con o sin pandemia. Doña Ayuso postula e impulsa un mundo natural en el que los viejos mueren, los camareros viven de las eventuales propinas que reciben de los clientes, los políticos se nutren de las gabelas y comisiones que proporcionan los negocios públicos a su cargo, los gandules de buena familia disfrutan de la exención del impuesto de sociedades y los pájaros que anidan en las riberas del río Manzanares tienen que sacrificar su existencia en la tierra para que la plebe ignara disfrute de un petardeo festivo.
Laissez faire, laissez passer se ha convertido, después de décadas de dominio comunista, en una consigna cínica, pero fue el respetable principio que guió al mundo durante el asombroso despegue de riqueza de la primera gran globalización del capitalismo entre los siglos décimo octavo y décimo nono de nuestra era, como recordó el admirado presidente argentino don Milei en su discurso de la cumbre de los ricos en Davos. Riqueza ilimitada que medró sobre las espaldas de los esclavos y bajo la bandera de la libertad, un bien común del que todo el mundo puede disfrutar, unos para morirse, otros para tomar una caña en una terraza, otros para evadir impuestos en las Caimán y los pájaros del Manzanares y los palestinos para salir pitando de su casa en cuanto oyen el primer zambombazo sobre sus cabezas.
Sin embargo, algo inquietante está ocurriendo. La libertad languidece y el sistema democrático que la sostiene deriva hacia tentaciones autoritarias, según advierten gentes de letras y conspicuos liberales en sus escritos y ensayos. A las poltronas institucionales llegan de manera creciente tipos y tipas que en nombre de la libertad pregonan la xenofobia, el machismo, el recorte de salarios, la censura de libros y espectáculos, y sobre todo el derecho a la acumulación de riqueza y recursos en las manos de quienes ya los tienen en mayor medida. Esta acumulación alcanza a las señas inmateriales de identidad de los otros. Madrid celebra una mascletá valenciana como Picasso, en el apogeo del colonialismo europeo, se apoderó de las máscaras africanas a mayor gloria del sobrecargado, invasivo y carísimo arte occidental. En este contexto, la apelación a la igualdad suena entre quimérica y ridícula. Podría hacerse una reflexión a propósito del arte de Picasso y de lo que lo hace auténtico: la rapiña de la riqueza y del ser de los otros produce en el raptor una naturaleza vacía, desesperada, agónica, como reflejan las pinturas del malagueño. Pero volvamos al principio de la cuestión, ¿por qué languidece la libertad a favor de soluciones autoritarias que brotan de ese mismo libertarismo?
Entre los defensores de esa libertad cuyos límites dependen del dinero que tengas en la cuenta corriente, han crecido dos escuelas que podríamos llamar discursiva y efectiva. La primera es continuista y zigzagueante; la segunda, disruptiva y contundente. La primera está encarnada por la derecha tradicional; la segunda, en la extrema derecha y entrambas hay unos vasos comunicantes por los que van y vienen mensajes en busca de un equilibrio. Si pregunta a los que saben de qué va la cosa, le dirán que este equilibrio está gloriosamente representado en nuestro país por la virreina de Madrid, doña Ayuso, cuyos discursos operan como un martillo-pilón. Sin embargo, algo no termina de funcionar a gusto del fabricante. Esta dama hiperventilada profiere tantos exabruptos un día sí y otro también, que es imposible dedicar a todos la debida atención; por ejemplo, al comentario que hizo días atrás y que pasó sin réplica alguna.
Lo que dijo fue que el margen financiero de la comunidad que preside se está estrechando y amenaza con agotar la torrentera de rebajas fiscales que constituyen la columna vertebral de su discurso político y, en general, de la política de todas las derechas, sean extremas o mediopensionistas. La rebaja de impuestos encandila a los pobres porque caldea sus agujereados bolsillos y refuerza el poder de los ricos que pueden pagarse en el mercado los servicios públicos cancelados por la merma de ingresos en el fisco. Estas rebajas no solo buscan acabar con el estado del bienestar, como argumentan los progres, sino con el estado en general. Sin educación y salud públicas, sin infraestructuras comunes y sin seguridad universal, la sociedad tiende hacia la jungla, que bien mirado proporciona toda la libertad que puede imaginarse en el estado de naturaleza, solo que en la jungla manda el león sin réplica alguna. ¿Qué ocurre cuando se detiene esa monserga adictiva que es la rebaja de impuestos? Pues que la jungla radiante y promisoria queda en un jardín descuidado y desapacible, invadido por arbustos parásitos y oportunistas, que es más o menos lo que gobierna doña Ayuso en Madrid: un lugar donde la fiesta y la resaca se solapan con el suelo sembrado de botellines de cerveza que nadie recoge y viejos moribundos a los que nadie atiende, todo envuelto en abundante pirotecnia valenciana.
No ha sido el único desliz de doña Ayuso, a la que han vapuleado en las redes sociales por prestar su donosura y glamur para la promoción de un restaurante marroquí. La iniciativa de la presidenta es coherente con los principios que guían su conducta política. Lo que llama la colaboración público-privada y el compadreo con las clases adineradas, porque el restaurante publicitado es para tarjetas de crédito premium oro. La cabreada y vigilante plebe ha censurado a la lideresa con argumento voxiano por promocionar la gastronomía marroquí antes que la española, y más en estos tiempos en que nos invaden no solo los marroquíes, cocineros o no, sino también sus tomates.
Y estas son las claves que explican la deriva del libertarismo liberal al autoritarismo neofascista: la jungla necesita un león al mando cuya autoridad sea indiscutible y es preciso fijar los límites geográficos del dominio de la manada en el que ninguna competencia foránea es aceptada. ¿Cumplirá doña Ayuso estas condiciones requeridas para alcanzar el objetivo que se propone?