La falible memoria trae a mientes un cuento de Julio Cortázar, o quizá un fragmento de su Rayuela, no puedo confirmarlo, en el que se describen los efectos de una explosión en un gallinero. El relato está urdido desde el interior del lenguaje y las palabras que informan del ánimo de las gallinas son entrecortadas, repetitivas, banales, confusas, como un cacareo, hasta que el lector comprende que este describe una devastación material e intelectiva en la que se ha destruido hasta la sintaxis de que nos valemos para entender el mundo. No hay que añadir que el cuentecillo tiene un cariz humorístico: eso solo les ocurre a las gallinas.
Sin embargo, este efecto de bomba en el gallinero es el que describe el presente estado de la conversación pública en los foros de opinión occidentales por la perspectiva de crear una zona turística de gran lujo sobre la devastación de Gaza tras la deportación de los casi dos millones de supervivientes allá donde quieran acogerlos o al desierto, si no hay nada mejor. Periodistas, opinadores, influencers, dibujantes de viñetas satíricas y portavoces de toda laya cacarean incansablemente sobre el bombazo con una mezcla de incredulidad y espanto, que si es imposible, que si es inmoral, que si es inaudito, que si los organismos internacionales tal y cual, que si el autor de la ocurrencia es un promotor inmobiliario, que si la solución son los dos estados. Este cacareo es la banda sonora que acompaña a las imágenes de cientos de miles de gazatíes que vuelven con la cabeza gacha a sus hogares destruidos en el norte de la Franja. ¿Qué harán cuando lleguen y se asienten de nuevo entre las ruinas?, ¿quién les ayudará a reconstruir su hogar y garantizará su permanencia en paz? Mientras estas preguntas se abren paso entre el humo de la explosión, la idea de levantar en Gaza un resort para gente guay no parece tan loca; seguro que en este momento ya hay quien ha empezado a hacer números.
El retorno de la historia ha sorprendido a las sociedades europeas a contrapié después de tres décadas de placidez bajo la prédica del fin de la historia. Si alguien creía que el nuevo milenio iba a significar una línea roja, como se dice ahora, para dejar atrás el tormentoso pasado de la humanidad se ha equivocado. Y el motor de arranque es siempre la guerra, la partera de la historia, como dijo el viejo. Una guerra, dos en este caso, Ucrania y Palestina, en los dos extremos de este campo de batalla perpetuo que es Europa. Dos guerras sobrevenidas bajo banderas premodernas, en nombre del derecho que dios concede al fuerte para dominar al débil y arrebatarle el hogar y la vida. Al carajo la inviolabilidad de las fronteras, el derecho de autodeterminación, la justicia universal, los organismos internacionales de mediación, el derecho humanitario y demás artilugios que la humanidad se esfuerza en crear y mantener en pie para hacernos más soportable la vida en el planeta que nos ha tocado vivir.
Cuando los nubarrones de la guerra emergen en el horizonte, la primera providencia es elegir bando con la esperanza de que sea el vencedor. La política deja de ser una materia de negociación liberal y se convierte en una relación amigo-enemigo, según nos enseñó el filósofo nazi Carl Schmit, que, por cierto, tanto gustaba a Fraga Iribarne. ¿Se imaginan que volvamos a los tiempos de Fraga? Entre los países socios de la unioneuropea ya ha comenzado una puja de posiciones. El gobierno del señor Orban en Hungría, que tiene a su país acotado con alambre de espino para que no entre ni una gota de sangre foránea, apoya el plan turístico para Gaza. A su turno, el señor Tajani, vicepresidente del gobierno neofascista italiano, envía el mismo mensaje pasado por el cedazo de Maquiavelo y rechaza reconocer la existencia de un estado palestino hasta que se unifiquen Gaza y Cisjordania. Ojo a Italia, que opera como el canario en la mina y en caso de guerra tiene la habilidad de estar en el bando vencedor cuando termina sin importar donde estuviera cuando comenzó. Entre tanto, Bruselas guarda silencio. Las guerras mundiales del pasado siglo fueron en primer término guerras civiles europeas. En esas estamos.