Nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti. (John Donne. Oraciones para momentos sobrevenidos)
Ya estamos en cuaresma. Este año la señal ha llegado por televisión en el rostro penitente don Marco Rubio, secretario de estado del nuevo gobierno de Estados Unidos, que ha acudido a una entrevista en la cadena amiga fox exhibiendo con orgullo en la frente la correspondiente cruz de ceniza. Los que en la remota juventud hemos sido pacientes de este ritual católico estamos autorizados a decir que el maquillador de don Rubio ha hecho un trabajo excesivo, hiperbólico, caribeño, que habría llamado la atención en cualquier parroquia española bajo la dictadura nacional-católica. Si la entrevista televisiva se hubiera celebrado unas semanas más tarde, el secretario de estado habría podido concurrir al plató cubierto con un capirote de cofrade. Lo único que demuestra esta vehemencia simbólica es que los carnavales se niegan a abandonar la calle. Y la tele.
Sea como fuere, ya estamos en cuaresma y el viejo espera aterrorizado el momento en que el creativo campanero de la iglesia parroquial de San Miguel, al otro lado de la calle, atruene el aire y haga tintinear los cristales de las ventanas con la murga perdona a tu pueblo, señor. Este cántico penitencial pregona a golpe de badajo la exigencia universal de solicitar perdón a alguien, que siendo dios, se dio el capricho de que le crucificaran con toda clase de sevicias, descritas en la letra del cántico con melodramática pesadumbre. Parece el lamento de una víctima pero es la conminación de un verdugo, y es que en la institución del perdón ambos papeles se confunden. Pudimos verlo días atrás en el despacho del emperador de occidente cuando, en nombre de la reparación de una ofensa, unos sayones conminaban a un pequeñajo ataviado con un chándal negro para que pidiera perdón por la guerra, la destrucción y la muerte que está cayendo sobre su gente y que él no ha provocado.
El mal es siempre alguna forma de abuso del poderoso sobre el débil y la institución del perdón es un recurso retórico que nace de la falsa idea de que esta acción es reversible. Es el arma del ofendido para hacerse valer y la estrategia del ofensor para eludir su responsabilidad. En último extremo es una pamema emocional. La proliferación de ofensores y ofendidos en esta sociedad hilvanada por las redes sociales en la que las normas antes llamadas de urbanidad y buena crianza están abolidas ofrece innumerables ejemplos todos los días. Un fulano ensoberbecido en su soledad susurra a su dispositivo móvil una ocurrencia para afirmarse ante el mundo y ofende a un número indeterminado, quizá millones, de otros fulanos que han recibido el mensaje y que responden al necio. Este replica pidiendo perdón a los que se hayan sentido ofendidos, sin ocultar el desprecio por sus sentimientos. Pero la cagada permanece en la nube y, a su perverso modo, los ofendidos y otros que se suman al linchamiento se cobran la venganza, impersonal, ciega, pero inequívocamente certera. Es lo que le ha ocurrido a la actriz Karla Sofía Gascón, que no ha podido pisar la alfombra roja –el cielo de las estrellas- por razones ajenas a su control. Lo dice el cántico cuaresmal: nosotros tampoco tuvimos ningún control en la famosa crucifixión ocurrida hace dos mil años pero aquí estamos, bajo las inmisericordes campanas de San Miguel, implorando perdón por aquello.
¿Qué ocurre cuando la ofensa no la perpetra un particular sino un colectivo político que aspira al gobierno de una nación de casi cincuenta millones de habitantes? Pregúntenle al pepé. Solo a un cretino de barra de bar se le ocurre atacar al presidente del gobierno urdiendo un mensaje pretendidamente ingenioso en el que se identifica la bandera de un país amigo con la corrupción y después elude la propia responsabilidad filtrando que la ocurrencia se hizo con inteligencia artificial. Probablemente más desarrollada que la inteligencia natural de don Feijóo.
No preguntes por quién doblan las campanas.
No estés eternamente enojado