Groenlandia, una isla inerte de dos millones y pico de kilómetros cuadrados (más de cuatro veces la extensión de España) y 59.000 habitantes (la mitad de Gerona o de Lugo) ha emergido a los primeros rubros de la agenda internacional por el apetito territorial del nuevo emperador de occidente. Al parecer, el suelo es rico en tierras raras, un tópico de conversación que menudea en las especulaciones sobre el futuro de la humanidad sin que, como su nombre indica, el común sepa gran cosa sobre a qué se refiere la rareza. Al fin y al cabo las tierras no deben ser tan raras cuando siempre estuvieron ahí; pero, bajando al detalle, resultan ser rocas continentes de metales con nombres deliciosamente eufónicos que pueden ser recitados como la lista de los hijos del patriarca Jacob o de los reyes godos: escandio, itrio, lantano, cerio, praseodimio, neodimio,  prometio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio, para no mencionar otros primos de la tribu del grupo de los actínidos.

El imperialismo norteamericano está históricamente caracterizado por la conquista de un elemento mineral escaso y precioso: el oro en el siglo XIX y el petróleo en el XX. Así que en este siglo XXI hay tomarse muy en serio la amenaza del emperador de occidente cuando afirma que su codicia está dirigida a hacerse con las reservas de escandio y demás parentela rara, que dormita una siesta infinita en Groenlandia y para la que ha llegado la hora de despertar. Los groenlandeses están acojonados, y de rebote sus protectores daneses y, ya puestos, todos los europeos unidos.

La isla fue en origen una colonia de Dinamarca, que, al uso de la época, perpetró las consabidas sevicias sobre la escasa población indígena, como la esterilización de mujeres y niñas para limitar su tasa de natalidad en fecha tan cercana como los años setenta. Esta situación crudamente colonial derivó en un régimen administrativo de región autónoma. Las competencias de salud pública fueron transferidas al gobierno local en 1992, fecha del reconocimiento del autogobierno de la isla, que incluye la posibilidad de independizarse de Dinamarca mediante un referéndum al que estarían llamados cuarenta mil votantes, aunque la decisión resultante debe ser validada por el parlamento danés.

La independencia es la cuestión central de las elecciones locales que ha ganado un partido independentista moderado y cauto. Los kalaallit no quieren ser ni estadounidenses ni daneses, pero ¿podrán detener la historia cuarenta mil votantes arracimados en los pocos núcleos de población de una vastísima isla desierta? El emperador de occidente quiere seducirlos con su argumento favorito por más que sea falso: una soñadora lluvia de millones de dólares como la que simuló inundar en un vídeo la franja de Gaza. Es una oferta que no podrán rechazar, como avisó don Vito Corleone. Pero si se resisten a las presiones del capo, ¿estará Dinamarca, y por extensión la unioneuropea, en condiciones de defender la legítima voluntad de los groenlandeses? ¿Para qué habría de hacerlo, si son independientes? ¿Será Groenlandia el frente occidental de la guerra para la que se nos demanda a los europeos que nos rearmemos?

Con suerte, faltan unos cuantos zigzagueos diplomáticos antes de llegar a este punto de confrontación bélica. Entretanto, hay que buscar soluciones y ahí va una modesta proposición que encontrará utilidad en ambas partes enfrentadas: la conversión de Groenlandia en una colonia penitenciaria para alojar a los millones de inmigrantes malqueridos que tanto Estados Unidos como Europa quieren expulsar de sus territorios. En la isla hay espacio más que suficiente para todos y los recién llegados podrán ser empleados en la nueva industria extractiva de  minerales raros y en las actividades empresariales correlativas, que traerán prosperidad y servirán de asentamiento permanente a los que sobrevivan a las primeras penalidades. ¿Qué puede salir mal? Australia o Kolymá son ejemplos exitosos de estas políticas. Es verdad que, en su día, nadie quería ir voluntariamente a esos parajes remotos, pero con un poco de esfuerzo y comprensión por parte de todos, la empresa no solo es posible sino recomendable.

A míster Trump le aliviaría de una misión muy laboriosa cual es la de expulsar a millones de asesinos, en su jerga, encadenados de pies y manos en pequeños grupos a Guantánamo o a cualquier país que los acepte. A un coste bajísimo, que podrían pagar los propios deportados de su bolsillo, serían concentrados por decenas de miles en recintos portuarios y luego trasladados en cómodos paquebotes (nada de pateras ni barcos negreros) a su destino. En cuanto a la unioneuroepea, esta iniciativa resolvería la exigencia de Bruselas de crear centros de deportación en países terceros que, esto es muy importante, garanticen el respeto de los derechos fundamentales de las personas afectadas. Hasta ahora, esta fórmula ha sido ensayada por doña Meloni en Albania sin éxito por tiquismiquis impuestos por unos tribunales demasiado garantistas; ahora, estas pejigueras serían obviadas. ¿Dónde van a respetar los derechos humanos más que en Groenlandia que es casi, casi Dinamarca?

Es verdad que a los groenlandeses, dedicados mayoritariamente a la pesca del bacalao, les caería un marronazo de órdago con esta iniciativa, pero véanlo de este modo: primero, se sentarían a la mesa de negociación en igualdad con grandes potencias, como Zelenski, y podrían darse el gustazo de rechazar el acuerdo; segundo, serían la elite dominante de la nueva sociedad de la isla y podrían exhibir cierto supremacismo sobre los recién llegados que no hablan kalaallisut, un idioma que pasaría a ser oficial en encuentros y acuerdos internacionales, y, por último, podrían abrir un debate inédito sobre el colapso que los nuevos groenlandeses producen en los servicios públicos y sobre qué hacer con tanto vago sobrevenido. En ese momento los kalaallit serían ya europeos (daneses) y/o norteamericanos, no solo de pleno derecho sino de idiosincrasia también.

P.S. La proposición que se da descrito en líneas precedentes es gratuita. El autor renuncia a sus derechos porque su intención es servir a la civilización occidental sin otra recompensa que el deber cumplido.