La policía local repara en un automovilista que circula con la sola mano derecha al volante mientras con el brazo izquierdo extendido a través de la ventanilla abierta sujeta un cuadro que transporta sobre el techo del automóvil; el guripa detiene al bizarro transportista y comprueba que porta un permiso de conducción invalidado porque incidencias anteriores lo han despojado de todos los puntos.

Es difícil dibujar una escena que ilustre mejor la indigencia y el primitivismo de ciertas formas de vida urbana que a los viejos nos recuerdan una comedia del neorrealismo italiano y a los de menos edad, un vídeo de la lucha por la vida en alguna remota ciudad asiática o africana de tráfico abigarrado y caótico, la clase de imágenes que amenizan la programación de la tele y el flujo de contenidos de la redes sociales y nos hacen sentir superiores.

Sin embargo, la escena descrita ocurrió hace tres o cuatro días en nuestra ciudad y el intrépido conductor (71 años) que protagoniza el suceso ha sido miembro del parlamento europeo durante más de tres lustros (1993-2009). En este largo periodo de servicio público, el sobrevenido transportista irregular perteneció a varias comisiones legislativas, principalmente las dedicadas a la gestión del presupuesto y al desarrollo, quizá por la vitola de haber sido con anterioridad responsable de economía y hacienda en el gobierno de esta remota provincia subpirenaica. Mientras conducía su zigzagueante vehículo por el corazón de Europa sosteniendo malamente un bulto inestable sobre su cabeza, este entregado agente de la construcción europea debió preguntarse a dónde ha ido tanto dinero para el desarrollo del que él había sido garante en la solemne Estrasburgo.

Buenos tiempos aquellos en los que gozaba de inmunidad diplomática, divaga mentalmente el sorprendido automovilista mientras el poli redacta la denuncia, cuando en el ejercicio de su alta función lideró [sic] una misión de observadores europeos en las elecciones del reino de Bután en 2008, que ese año mudó de monarquía absoluta a monarquía parlamentaria. Nuestro paisano, en nombre del Parlamento Europeo, definió así la situación: el pueblo de Bután no pedía democracia, pero ha ido a votar casi el 80%; aquí no votan ni la familia real ni los monjes. Fue en aquella ocasión cuando vio a un butanés, o butanero, je, je, montado en una motocicleta con una cabra viva sobre los hombros y, condescendiente, se admiró de la infinita creatividad humana para afrontar las dificultades de la existencia.

¿Qué ha ocurrido para que el alto inspector democrático enviado por la unioneuropea para acreditar al régimen de un reino sepultado en las montañas del Himalaya se haya convertido en un gañán que conduce su automóvil como quien lleva una cabra sobre los hombros? ¿En qué consiste la fortaleza de Europa? ¿De qué clase de autoridad misionera está investido un europeo para validar o no el régimen de un país mínimo, remoto y pacífico del que nada sabe y nada le interesa? El incidente de circulación protagonizado por nuestro personaje ilustra el doble descrédito de las instituciones europeas y la consiguiente dificultad para afrontar una política realista en tiempos que se prometen recios. En el interior, las sociedades desconfían de una clase dirigente que se muestra incapaz de cumplir la ley y de ser eficiente en sus empeños cuando vuelven al ámbito privado. No se puede caer de alto valedor de la democracia en el reino de Bután a cuñado zascandil que amaña un transporte saltándose el código de circulación sin que la reputación, no solo del individuo sino de la institución, se vea irreparablemente dañada. Y hacia el exterior, no se puede pedir credibilidad a sociedades a las que predicamos lecciones de moral política mientras nos mostramos zarrapastrosos con el orden que la pone en práctica.