El rearme, la palabra que ha caído como una dana en el debate público europeo, es consecuencia de una inesperada conjunción astral: la voluntad rusa de ampliar su espacio vital hacia occidente por el procedimiento de invadir un país soberano y una nueva reedición del aislacionismo estadounidense. Para Putin, somos enemigos; para Trump, no somos amigos. De golpe, las sociedades europeas han perdido certezas y asideros con los que han vivido, y bastante bien, durante los últimos ochenta años después de sobrevivir de milagro a un último intento de suicidio colectivo que los más entusiastas llamaron la guerra total.

Sin embargo, no es tarea fácil la conversión al belicismo de una institución federativa que nació para la paz y en la que los países miembros conservan intactos su soberanía nacional, sus intereses privativos y su intransferible memoria histórica. El rearme de la unioneuropea, por ahora solo anunciado y ni siquiera enunciado, revela una suerte de geografía emocional en las distintas naciones de la unión en la que podemos distinguir varios grados de intensidad. El más alto se da en los países lindantes con Rusia –polacos, bálticos y nórdicos- donde reina una agitada urgencia fácil de entender porque sienten que está en juego su misma existencia. Estos países ostentan la portavocía de Europa en materia de asuntos exteriores y defensa. La estonia Kaja Kallas y el lituano Andrius Kubilius, como alta representante y comisario, respectivamente, de política exterior y seguridad, se ocupan al alimón de la tarea de mantener vivo el ardor guerrero de los adormilados europeos.

En la parte central, y determinante, de la escala están las grandes potencias históricas del continente, notablemente disminuidas en el planisferio postglobal y que encuentran en la nueva situación una oportunidad para enderezar entuertos domésticos y recuperar parte del estatus perdido estos años. Gran Bretaña corrige la pifia del bréxit y vuelve al contenedor europeo haciéndose valer por la urgencia de las armas; Francia encuentra, por fin, un medio para restaurar la grandeur de la república y para frenar al moscardón de la extrema derecha que la tiene carcomida; Alemania, despojada de su fortaleza económica, vuelve a ser el árbitro de la Europa central, y Polonia recupera una presencia de la que había sido privada desde su creación como república en 1918. Varsovia es hoy la capital militar de Europa como Bruselas es la capital administrativa.

En los países meridionales, Italia, España, Grecia y Portugal –los famosos pigs de antaño- la ciudadanía tiene que hacer un esfuerzo sobreañadido de imaginación política para sentirse concernida por un plan que deja por completo desguarnecido el flanco sur. En caso de que, como nos enseña la experiencia histórica, la guerra rebase el convencional perímetro europeo, ¿qué pasará en los irredentos Balcanes? ¿en qué bando estarán Turquía, Marruecos y otros países islámicos vecinos? No olvidemos que el lienzo donde se dibuja el conflicto es el enfrentamiento entre democracias liberales y regímenes autoritarios o autocráticos, y Europa, no solo carece de un club de fans en lo que ahora se llama el Sur Global, sino que está penetrada por fuerzas políticas domésticas que adoran y promocionan a los regímenes autoritarios.

El rearme significa la conversión en fortaleza militar de una liga hanseática creada para la libertad de comercio en un marco de derecho civil y mercantil compartido y, si bien la palabra rearme ha saltado a la publicidad a raíz del errático matonismo del nuevo emperador de occidente, ya estaba alojada en la agenda europea donde la industria militar aparece como un eje de cohesión política y desarrollo económico en los celebrados informes de don Mario Draghi y don Enrico Letta. La guilda o corporación mercantil que es ahora Europa deposita su futuro en el complejo militar-industrial (general Dwight Eisenhower dixit) para que sea la columna vertebral de su existencia y su razón de ser, como lo es en las demás potencias del planeta. El carácter de la industria armamentística como dinamizadora económica está fuera de toda duda: los productos que crea han de ser repuestos con regularidad y rapidez, como los yogures, y, como estos, son cada vez más variados. Sea en la guerra o en la paz, su obsolescencia discurre a velocidad de vértigo. Y además tienen uso civil: piensen en internet y en la cirugía restaurativa.

El salto conceptual, institucional y operativo que debe dar la unioneuropea en este proceso es enorme y nadie es capaz de imaginar cómo terminará. El rearme estará ultimado en 2030, ha anunciado la jefa del gobierno europeo, Ursula von der Layen, si bien no ha explicado en qué situación propiamente bélica estaremos en ese momento, dentro de cinco años. Si ya ha estallado la guerra, como avisan los servicios de inteligencia (vuelve John Le Carré) , habremos llegado tarde, y si todavía no ha estallado, habremos llegado demasiado pronto. Por ahora, y hasta que llegue el reparto entre la población de trajes de protección enebecú (mascarillas de cuerpo entero) deberemos acostumbrarnos a un clima de guerra fría en la que ya se puede contar que, entre otras circunstancias, habrá, a) una lluvia informativa torrencial sobre el rearme bajo la cual será imposible distinguir la propaganda y la intoxicación, b) cierta restricción de libertades de tránsito y de expresión, entre otras, y c) una economía de guerra en la que, como poco, aumentará la deuda pública y disminuirá el gasto social.

El ochenta por ciento de los españoles teme y en consecuencia rechaza la posibilidad de una tercera guerra mundial. Al previsible espanto por una cremà nuclear, el pacifismo español añade un matiz nacional, típico y privativo. Desde los albores del siglo XIX, los españoles hemos somatizado los conflictos internacionales en guerras civiles. A Stalingrado y Normandía oponemos Brunete, con denominación de origen. Si hemos de matarnos, que sea entre nosotros. En el foro español, ni Putin ni Trump están en la agenda pública pero, a cambio, el parlamento y los medios son escenario de una gresca insomne por cualquier pretexto: la famosa polarización entre rojos y azules, que se celebra sin efusión de sangre, como una misa que evoca de manera incruenta el calvario de la cruz.

Algo indica, sin embargo, que no podremos seguir haciéndonos los locos y que nuestras liturgias domésticas van a servir de poco en la nueva circunstancia. La entrada en Europa fue el sueño de la generación de la transición, que nos libraría del gen celtibérico del guerracivilismo.  Entonces no era momento de recordar que Europa ha sido el continente que más violencia doméstica y hacia el exterior ha producido desde el final de la Edad Media: a ese modus operandi le llamábamos orgullosamente civilización (cristiana, católica, alemana, francesa, hispánica, al gusto). El entusiasmo español por el ingreso en la unioneuropea de inmediato se vio atenuado por el correlativo ingreso en la otan. Entonces, como ahora, gobernaba el pesoe y en los dos casos, la reacción de sus líderes ha sido idéntica: un pase cambiado. Otan, de entrada no, proclamó don Felipe González, pero entramos. No me gusta la palabra rearme, ha dicho don Pedro Sánchez, pero nos rearmaremos.

La izquierda de la izquierda tiene un manual de uso para estas eventualidades que se resume en la consigna, otan no, bases fuera, que coincide básicamente con lo que pretende ahora míster Trump, pero que no funcionó en su día y no funcionará ahora excepto para poner en un aprieto y quizá derribar al gobierno de centro-izquierda. A los voxianos la nueva realidad sobrevenida les ha producido una disonancia cognitiva porque, si bien son partidarios de la mano dura, no saben en qué bando situarse. Y, por último, la derecha conservadora, que debiera ser la principal beneficiaria de la situación, sigue pedaleando en la bicicleta estática y falta un segundo para que descubran que lo del rearme es una invención de don Sánchez para distraer la atención de los problemas judiciales de su esposa, doña Begoña Gómez.

Quién sabe, a lo mejor hay suerte y, como en circunstancias históricas análogas, los europeos se olvidan de nosotros en su guerra y nos dejan con la nuestra, que es muy tediosa e inoperante pero a la que ya estamos acostumbrados.