Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco. (Proverbio griego clásico)

Mientras mordisqueaba la tostada mojada en el café con leche, el viejo supo que Bruselas le pedía –a él y a cuatrocientos cincuenta millones de personas más- que hicieran acopio de suministros de agua, medicamentos, baterías, alimentos no perecederos, un abrelatas, una baraja y los peluches de los niños para subsistir setenta y dos horas en caso de ataque del exterior, que al parecer se prevé inminente. El mensaje le llega al viejo a través de una programa matinal de entretenimiento televisivo consistente en una sucesión de vídeos de tipos que se dan trompadas en situaciones anodinas -regando el césped, tripulando un monopatín, jugueteando con una cría de hipopótamo en el zoo- y que los intervinientes en el plató comentan y jalean con grandes risas. El anuncio de guerra no corre distinta suerte. Los contertulios dedican un par de minutos a comentar que los suministros de emergencia serán distintos según sea el hombre o la mujer quien decida. No es lo mismo comprar brócoli que latas de fabada, ilustra uno del coro.

El viejo piensa que la bomba de Hiroshima fue recibida con estupor y espanto, y la que haya de venir ahora será recibida entre carcajadas. Algo ha mejorado la humanidad. No obstante, no puede creer que Bruselas, el ama de llaves de la casa europea, haya hecho un anuncio tan grave y alarmante, y acude a la prensa seria para corroborarlo y, en efecto, el aviso ha sido hecho, y con qué trompetería. La pulida, sonriente y componedora jefa del gobierno europeo, frau Von der Leyen, ha mutado en Agustina de Aragón. Desmelenado su admirable esculpido capilar, la sonrisa convertida en fiera mirada y la mano aferrada al botafuego que ceba el disparo del cañón. Ella misma convertida en botafuego, según la segunda acepción del diccionario rae: persona que se acalora fácilmente y es propensa a suscitar disensiones y alborotos.

La tostada ha quedado a medias y el café con leche está frío. El viejo vuelve a su desayuno, repentinamente desapacible. Cambia de acompañamiento televisivo en busca de algo familiar y sedante, esta peli de John Wayne, por ejemplo. Pero, ¿por qué setenta y dos horas?  ¿Es el tiempo que durará la guerra? ¿Firmaremos la paz después partiéndonos de risa porque todo ha sido una broma?  ¿O al cuarto día tendremos que volver al súper a reponer los suministros, y así hasta 2030 en que estaremos rearmados, según anunció frau Ursula? Y otra pregunta, sin ánimo de resultar impertinente: el kit de emergencia ¿incluye el papel higiénico? Porque es una costumbre española ante las amenazas existenciales, que la muerte no nos sorprenda sin papel higiénico. Pues no, el papel higiénico queda fuera de las preocupaciones del plan de emergencia: “queremos evitar movimientos de pánico como durante la pandemia, con la gente que iba a las tiendas a por papel higiénico», ha dicho la comisaria europea de preparación y gestión de crisis, madame Hadja Lahbib. Ya sabemos, pues, que habrá que comer los alimentos con la mano derecha y reservar la izquierda para descomerlos, mientras dure la emergencia, allá por el 2030. Otra pregunta: los que tenemos un chalé en la sierra, ¿habremos de cavar un búnker en el jardín? Y si nos lo okupan cuando estamos en el súper arramblando suministros de emergencia, ¿se hace cargo el seguro?

La atención del viejo se fija en el título de la cartera ministerial de la funcionaria que predica el plan: comisaria para la preparación y gestión de crisis. Las crisis no se preparan, sobrevienen, y no se gestionan, se resuelven. ¿Estamos ante una confusión o ante un ardid? En ambos casos, mal asunto. El plan, si se puede llamar así, está motivado por la presunción de un ataque ruso, pero la justificación se ofrece con una retórica distractiva, típicamente bruselense, que no distrae a nadie: debemos prepararnos para incidentes y crisis intersectoriales a gran escala, como una pandemia, una catástrofe climática o una agresión armada, que afecten a uno o varios estados miembros.

Lástima que don Carlos Mazón no dispusiera de un plan de emergencia como este para afrontar la dana. Media docena de botellas de agua mineral, unos paracetamoles, unas latas de sardinas, una linterna y un transistor en casa de cada familia valenciana y, hala, a esperar que el mundo se nos venga encima. ¿Quieren volvernos locos? Las instituciones de gobierno, y la comisióneuropea lo es, tienen o deben tener certezas, comunicarlas con exactitud y rigor a las poblaciones a su cargo y tomar medidas imperativas para afrontar los riesgos, no regar a la opinión pública con ocurrencias llamadas a sembrar la alarma, el descrédito o la desafección. La unioneuropea dispone de base jurídica para dotarse de una defensa autónoma y suficiente desde el Tratado de Maastricht (1992) y si los países miembros no han dado ningún paso en esa dirección es por falta de voluntad política. Hagan, pues, lo que deba hacerse y déjense de pamemas que solo refuerzan la actual y consabida inanidad europea y su correlativa sumisión a la brújula de Washington.