Diario de un náufrago electoral IX
Cuando en mil novecientos ochenta y dos ganó don Felipe González las elecciones por una arrasadora mayoría absoluta, tenía más cargos públicos disponibles para ocupar que militantes registraba su partido. Fue entonces cuando se fundó el pesoe tal como lo conocemos; tres o cuatro años después de aquella victoria electoral era imposible encontrar un organismo público, desde la alta diplomacia hasta el más modesto consorcio municipal de aguas, donde no hubiera un socialista al frente, hasta que don Aznar dio la vuelta a la tortilla catorce años más tarde. Los del pepé llegaron aprendidos porque no solo sabían cómo ocupar la total administración del estado, que siempre han considerado de su propiedad, sino que habían planificado el modo de exprimirla como un limón a su propio beneficio. Ahora, todo eso es el pasado. El pesoe actual quizá no haya cambiado mucho pero resulta irreconocible para los dinosaurios felipistas y el pepé aznárida está hecho añicos como el jarrón de la abuela, en gran medida con la obstinada colaboración del propio don Aznar, que a fuer de querer dejar una herencia ahora tiene tres. Pero la máquina del estado sigue funcionando y de nuevo es hora de prepararse para ocuparla. Este domingo se inicia, no ya la fiesta de la democracia sino una feria que proporcionará festejos –y puestos oficiales- de aquí al verano, y los partidos necesitan candidatos. ¡Hay cargos, hay cargos!, que decía el otro.
La izquierda podemita se ha preparado para la feria a su quijotesca manera, mediante una sucesión de escisiones, enfrentamientos, renuncias y dimisiones de vértigo que dios dirá qué efecto vayan a tener en las urnas. La derecha trifásica, a su turno, tiene que triplicar el número de pretendientes a la mesa para el mismo pastel, así que se han embarcado en una carrera frenética de cambios de chaqueta, fichajes de guardarropía y levas indiscriminadas de ciudadanos anónimos, que han trufado las listas electorales de toreros, pastores evangelistas, generales en la reserva, periodistas en expectativa de destino y otros friquis, a algunos de los cuales les tocará la lotería de un buen sueldo y jugosos privilegios por un tiempo indeterminado. Es difícil decidir quién es el más extravagante en esta penosa tropa. Quizá el general que plagiaba sus informes de doctrina estratégica. Veamos: si el ejército español no ha ganado ninguna guerra que no haya librado contra su propio pueblo y es sabido que la seguridad exterior no depende del ejército nacional sino de la cobertura militar que ofrece el imperio, ¿por qué no se habrían de plagiar las doctrinas estratégicas de quienes tienen el poder real para ejecutarlas del mismo modo que se aplican las directrices económicas de quienes pueden ordenarlas desde el empíreo de las finanzas? Estas elecciones no van de soberanía nacional; el mensaje que pregona la marquesa de Casa Grande y su coro es también un plagio.