Las páginas de la prensa muestran una planitud sedante. Algún regüeldo debido a la mala digestión de los resultados y nada más. Es sabido que, después de la fiesta viene la resaca, que exige silencio y olvido. El manómetro de las emociones ha caído a cero atmósferas. Los grafistas ya han perpetrado toda clase de mapas y gráficas y los comentaristas ya han cubileteado todas las ocurrencias posibles sobre los resultados electorales y los pactos venideros y se han apeado de su columna para tomarse un bien ganado asueto. Los jugadores del casino ya han gastado sus fichas y ahora toca el reparto de los beneficios entre los propietarios del establecimiento. La política ha dejado de ser asunto público y se repliega a su tradicional espacio de reuniones discretas, vaivenes inexplicables y acuerdos inconfesables. El pueblo puede dormir tranquilo después del esfuerzo porque todo lo que ocurra a partir de ahora será por su bien. La democracia es una empresa muy descansada que solo exige un esfuerzo masivo cada cuatro años. Es cierto que, en esta ocasión, aún habrá que hacer algunos revoques y mover algunos tabiques dentro de tres semanas, pero en lo esencial el edificio ya está construido.

Durante la interminable jornada electoral, el guardián de las urnas no pudo evitar fijarse en lo angosta que es la ranura por la que se introduce el voto. Una precaución, sin duda, dirigida a evitar desmanes garantizando que el sobre con la papeleta entra de uno en uno y bajo control de la mesa. La papeleta dedicada al senado, en especial, tenía una doblez difícil, que abultaba el sobre en la que iba contenida y la penetración en la urna obligaba a empujarla con cierta pericia y a completar su inmersión con la esquina de un folio o la punta del bolígrafo. Las urnas están ahí para recibir el voto, donde el elector ha sintetizado sus cavilaciones, deseos y manías, pero al mismo tiempo, la naturaleza hermética del artefacto advierte que todo ese complejo destilado de su conciencia no cabe por la ranura. El ciudadano se deja el pelaje que le identifica en la gatera, o dicho de otro modo, abdica de su ciudadanía en el voto. Esta abdicación masiva explica que los verdaderos poderes terrenales se atrevan a ordenar una interpretación de los resultados, apenas concluida la jornada electoral. La obscena conminación del dinero a favor de un cierto tipo de gobierno entre los posibles da noticia de lo estrecha que es la ranura por la que respira la democracia.