Larga fila de peatones de la historia (la expresión es de Vázquez Montalbán) para rendir homenaje póstumo a los restos de don Pérez Rubalcaba.  Es intrigante la psicología de tantas personas que llevan la querencia política hasta la muerte (del otro). ¿Qué relación se puede establecer entre l’uomo qualunque y el dirigente político hasta el punto de que el primero sienta la necesidad de oficiar de figurante en la escenificación de la pérdida del segundo? ¿Es curiosidad, atracción por el poder que le está vedado o una vanidad secreta que encuentra la ocasión de manifestarse? Desconfío de las muestras populares de duelo porque la más extensa e intensa que recordamos los de nuestra generación discurrió ante el féretro de un personaje horrendo de cuyo fantasma aún no nos hemos librado.

La norma exige que el homenaje popular al difunto discurra en orden y silencio pero es inevitable algún incidente en el que un don nadie enfatiza su presencia en el duelo con algún gesto extemporáneo; de hecho, son estos tipos los que evitan que la ceremonia sea una fantasmagoría. El pueblo deja de ser una procesionaria de zombis y da muestras de alguna vitalidad, que suele tener un cariz ridículo. Es la última batalla, perdida, que libra el zombi para ser considerado ciudadano. En esta ocasión, según cuenta la noticia, el tipo lanzó sobre el féretro y los deudos unos folios, quizá a modo de octavillas vindicativas, aunque no hay noticia de su contendido, y emprendió un discurso en el que reclamaba entrevistarse con el jefe del ceeneí (el organismo del espionaje). La primera y fulminante reacción fue del presidente del gobierno, el imparable don Sánchez, que se levantó de su sitial, tomó al hombre del brazo y le comentó persuasivamente que hablara con él porque es el presidente del gobierno y manda más que el jefe de los espías mientras lo acompañaba fuera de la capilla ardiente, hacia la nada de donde había surgido.

Despejado el incidente, las exequias recuperaron su naturaleza, que es la representación del grupo social al que pertenecía el difunto. Don Rubalcaba ha prestado un último servicio a su partido y al país, como lo hizo en vida, aunque este haya sido un servicio involuntario. Su muerte ayudará al renacimiento del pesoe, que ya está en marcha. El sepelio ha sido una metáfora del fin de la vieja guardia y de la entronización de la nueva alrededor de la sigla a la que sirvió el difunto con lealtad e inteligencia. La celeridad con que las demás fuerzas políticas asistieron a la ceremonia, aceptando su carácter subalterno, es una representación del poder que terminará de construirse el próximo veintiséis, y el incidente del espontáneo neutralizado por la rapidez y habilidad de don Sánchez avisa sobre quién es el nuevo macho alfa.