Crónicas de agosto, 2
Empujado por el tedio veraniego e inducido por un columnista de la prensa digital, sin duda tan aburrido o más que sus apáticos lectores, hemos arribado a la entrevista que le hizo don Pablo Iglesias a don Iván Redondo hace tres años y pico en el programa televisivo La Tuerka del que el primero es productor y titular absoluto. La curiosidad de esta pieza televisiva radica en que el Iglesias y Redondo están ahora mismo enfrascados en el juego del ratón y el gato. El primero quiere colarse en el futuro gobierno de don Sánchez y el segundo provee al mismo don Sánchez de argucias para impedirlo. En la entrevista, los futuros adversarios se muestran retrepados en butacones descomunales, acariciados por el objetivo de la cámara que extrae de sus semblantes hasta el más sutil destello de autosatisfacción, sobre un fondo negro destinado a dejar vagar la inteligencia sin distracciones ornamentales, y perorando sobre temas generales relacionados con la política y sus artes, de una inanidad absoluta.
Don Iglesias, con su característica expresión ceñuda, inquisitiva, los párpados amusgados y sus manos de largos dedos y gestualidad posesiva, lanza las preguntas como para poner a prueba la sapiencia de su interlocutor a la vez que deja clara la suya. A su turno, don Redondo es un vendedor, inclinado el busto hacia adelante para enfatizar el argumento y seducir al comprador, pero no va a contar los secretos de su oficio y chapotea elusivamente en un mar de generalidades. Los temas objeto de escrutinio, por lo demás, se pueden torear con cuatro capotazos: las series televisivas de temática política -por qué el parlamento español no se parece a Borgen y asuntos de similar enjundia- y repaso de diversas figuras de la política internacional o del inmediato pasado si son españolas, en el que descubrimos que don Redondo es un felipista enamorado y don Iglesias un felipista fascinado y fastidiado a partes iguales. Es el único momento de una hora de televisión en el que ambos se acercan a algo parecido a la verdad.
El interés de esta pieza es histórico, no por lo que se cuenta en ella sino por lo que representa. Ahí tenemos una viñeta de la construcción de la nueva élite que gobernará a nuestros hijos. Los dos contertulios trepan hacia la cúspide del poder político y se comportan como cómplices y competidores al mismo tiempo. Se les ve encantados de haberse conocido, como chavales jugando a la play. La víctima es el pueblo soberano o, en este caso, el público telespectador (más de ciento cincuenta mil visualizaciones en youtube), obligado a una buena ración de información basura. Tres años después de este momento, a ambos les ha ido bien en la vida, como diría nuestra abuela. Uno mantiene el liderazgo de un partido sobre el que parece que haya pasado Atila y el otro ha llegado a un empleo que le ha permitido repoblar la devastación capilar que afligía su autoestima.